Cena con desconocidos Miseria del traductor Una cena con Auster Recogido de Césped seco Bajo una luz indirecta y ocre, que iluminaba solo las esquinas y las puertas. En un amplio salón que apenas contenía libros. Pocas fotos, no había ningún pasado en aquella habitación. Un apartamento no demasiado grande, de soltero, de necesidad, lugar inocuo para encuentros furtivos, quizá me hubieran invitado a un espacio habitable que ellos dos no frecuentaban porque se movían torpes entre los pocos muebles, intentando poner discos que pensaban que a mí me agradarían, pero tampoco tenían por qué hacerlo, y acabaron poniendo Charlie Parker, cuando mi debilidad es Bill Evans. El traductor tampoco es muy importante, ¿no? Tampoco acertaron con el vino, quizá pensaron que, por mi origen europeo, me gustaría más el champán, pero ellos saben que no tengo gustos caros, y el champán no me gusta, detesto su esnobismo manifiesto. Me apetecía más una cerveza; ellos prepararon, creo recordar que fue
LA FACIENDA DE BLURB Escribí este libro con la intención de revertir la tendencia actual en la literatura, apabullante, totalizadora, de presentar novelas extremadamente largas, o de cuentos, demasiado extensos, obligados, tal vez, los autores, por las necesidades económicas de las grandes editoriales, que, mediante sus agentes literarios, tienden a rellenar páginas y páginas para que el producto salga rentable. En la época de la ultratecnología, de las redes sociales, el lector, (o lo que quiera que eso sea, pues tiene un componente intelectual la figura del lector), no posee el tiempo material para leer, si acaso, para desenrollar el papiro digital en busca de su dosis diaria de mediocridad y aburrimiento. Es difícil no caer en la misma tentación de voyeur digital, saltar de página en página atendiendo a estupideces que otros hacen para que todos se sientan integrados en un sistema que nos atonta y nos vuelve mediocres, acríticos y, a la postre, consumidores inocentes de unas rede