El
ratón y el escorpión
A pesar de su aspecto
inofensivo, el ratón del desierto, o ratón alacranero: Onychomis torridus,
debido a su reducido tamaño, unos 5 centímetros, es un temible depredador. Es
algo más grande en tamaño que su principal presa, el escarabajo negro. Emite este
pequeño ratón un grito desgarrador, capaz de ser escuchado a kilómetros de
distancia. Un grito que algunos especialistas han comparado con el aullido de
un lobo. Es una alarma territorial, intenta espantar a otros machos diminutos,
y asusta a sus presas que huyen despavoridas cuando lo escuchan: es el grito de
la muerte.
La muerte no tiene
tamaño.
Embosca a sus víctimas,
las acorrala y salta sobre ellas en las áridas arenas del desierto de Mojave
donde vive. Es el dueño de todos esos arenales tenebrosos.
Lo peculiar de sus
cantos de muerte es la forma de abrir la boca, es lo que hace que proyecte su
canto y sea escuchado tan lejos.
Tampoco tiene una
mordedura violenta, sino que despedaza lentamente a sus víctimas mientras
agonizan. Arranca la cabeza a los escarabajos mientras estos siguen moviendo
sus patas diminutas y él los devora plácido sentado encima de ellos como si el
propio insecto, fuese, a la vez, festín y mesa, altar y hecatombe.
Es un carnicero sin
compasión, esta no se ha hecho para los animales.
También devora
escorpiones. Los aparta de su lugar, los acorrala, y es capaz de aguantar su
picadura, de hecho, lo primero que se come del escorpión es el aguijón con el que
inocula neurotoxinas que paralizan el cuerpo de las víctimas del escorpión,
pero no al imbatible roedor del desierto,
acostumbrado a degustar el veneno como un aperitivo de la comida
posterior, de nuevo, se sienta encima de su víctima y acaba con todo.
También se alimenta de
tarántulas y ciempiés sin sufrir merma en su apetito o sentir dolor por el veneno
de estas especies. Cazan de noche gracias a su visión nocturna excelente y a su
camuflaje perfecto en los desiertos de Sonora y Chihuahua.
Yo una vez empecé a
comerme a mi mayor enemigo y le mordía la mano, no por hambre, sino por ver
quién podía más, claro, salí yo ganando y me comía lentamente los dedos del
hombre, yo era un oso hormiguero.
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