Barcelona no existe

David Castillo

Editorial Pez de Plata

Traducción:  Enrique Mercado


Lo inquietante de las distopías es la distancia política o estética que resta para que nuestro mundo, este mundo, o incluso, este país, se convierta en una de ellas. 

Se puede apreciar cómo, lo vaticinado por Orwell en 1984, se ha cumplido con creces en diferentes partes del mundo, y que incluso, que ha resultado peor, ya que Orwell, no fue capaz de advertir el terror que se aproximaba con el control desmedido por parte de las redes sociales, envuelto en forma de regalo de las nuevas tecnologías.

El control político vino envuelto en celofán, en forma de interfaz consumista, como casi todas las adicciones, de gratis, para luego llegar a firmar un nuevo pacto social con lo tecnológico, sin saber, o sabiendo de forma pírrica, que era el hombre el que claudicaba en este proyecto de sociedad alienada, ciberproletaria y hostil, disfrazada de cortesía atiborrada de diazepam.

Las peores pesadillas se cumplen, El cuento de la criada está ocurriendo ya; la destrucción de los libros se ha transformado en una sobreproducción de libros inermes que nadie leerá, no hace falta que se quemen como en Farenheit 451, ya somos una sociedad inculta, amante de lo visual, escuchando en todo momento los beneficios de una libertad vigilada con nuestra aquiescencia en una libertad de cristal.

Cautivos en la caverna digital, observando con asombro lo que sucede afuera, desatendiendo a los que habitaron allí arriba y defendiendo este modelo tecnológico que un día creímos democrático.

Dicho esto, se presenta ahora aquí David Castillo al que conozco por este título apocalíptico Barcelona ya no existe, con una portada bombástica de mano de Pez de Plata, en donde se puede apreciar la iconografía barcelonesa: la estatua de Colón a la que le falta un brazo, la Sagrada Familia ardiendo poco después de haber sido terminada, armas, drogas, Sócrates vestido de vaquero, grabados de Goya, máscaras antigás, alguien copulando con máscaras de conejo, la torre Agbar siendo bombardeada, un cielo oscuro.

No comento la portada en vano, es que, como acostumbra Pez de Plata a hacer, sigue fielmente lo que sucede en el interior del libro, casi parece un índice de la lectura.

Barcelona no existe está basada en una historia corta de Pere Marcilla.

Barcelona no existe o Barcelona no existeix en el original catalán, fue publicada en 2014 por el Grup 62.

Nos habla Castillo de la ciudad condal en el año 2050, y lo que nos refleja, no es una Barcelona antigua que ya no existe, sino la probabilidad más que cercana, no solo de Barcelona, sino de cualquier otra ciudad que ha muerto de éxito, ciudades en fase terminal, franquicias dominadas en aras del capitalismo por el turismo masificado: Nueva York, París, Londres, Roma, que presentan indicios de desvinculación emocional con sus ciudadanos, aplastados por la bota de un consumismo y de un tardocapitalismo que no tardará en hacer sus cuentas y que tampoco dudará en llevarse lo que imagina que es suyo. Ciudades desmembradas, desarticuladas donde han fallado todos los estados.


Esas ciudades estado que se han convertido en un escaparate, o en ciudades de cartón piedra donde parece que ya no hay habitantes sino solo visitantes, todo vale en función de lo que se tenga. Transitoriedad, motilidad de un organismo vivo que se descompone y fagocita.

En este caso, el colapso es mayor puesto que es el estado en sí el que ha reventado, la moneda ha caído, el euro español no tiene valor, y solo queda como salida el "Sálvese quien pueda" que se entona en la retirada. La solución es la prostitución, el mercadeo, el estraperlo, unirse a las milicias urbanas, a la resistencia, o ser un hijo de puta con un poco de suerte para sobrevivir en un ciudad que ha estallado desde dentro.

La reflexión está clara, las grandes ciudades no son lo que eran. Hay una cierta influencia de J.G. Ballard: The atrocity exhibition, (1969), en la obra de Castillo, principalmente, en esas partes narrativas montadas sobre pequeños collages que componen el marco general de la trama:

"El sistema se había hundido. La banca había quebrado y muchos establecimientos habían cerrado las puertas y dejado a sus clientes en la estacada. El banco Central Europeo había rematriculado los euros del Banco de España, los extranjeros habían emigrado masivamente y todo el mundo que tenía oportunidad huía del país."

Una visión apocalíptica, quizá demasiado posible, temida por cercana, en donde se pasea el personaje principal, periodista que vagabundea entre las bandas que campan a sus anchas, en una Barcelona irreconocible, entre prostitutas y droga, únicos negocios rentables para la población local, la cual sobrevive en un estado de excepción. Nos puede parecer algo exagerada esta reflexión, sin embargo, el negativo fotografía las tensiones que se dan en lugares como este, que acaban desdibujados por hordas que fuerzan a replantearse las nueva relaciones, casi feudales del turismo en su entorno, avaladas por las ansias expansionistas de la más ávida y hostil política.

"Sin recursos ni el más mínimo sentido ético, la prensa se había convertido en la correa de transmisión de la gerontocracia que dominaba el Estado.[...] Los jóvenes después de la desaparición de Internet como espacio libre comenzaron a buscar sus propios mitos en el pasado."

Para que la profecía sea cierta, hay ciertos elementos que ya se están dando en estos tiempos. Especialmente, cuando los discursos de poder se alían desde la política y las nuevas tecnologías  en un conjunto perfecto de dominación y miedo.

"Mientras los políticos y los nacionalistas se enfrentaban, el paro se multiplicó mientras las empresas cerraban, y todo se venía abajo como un castillo de cartas.[...] El país quebró. Después del estallido de la burbuja inmobiliaria vino el de la crediticia.[...] Los fundamentos de barro del país se disolvieron y el edificio se precipitó al abismo."


J. Fabrellas






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