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Montevideo. Vila-Matas

Decir que Vila-Matas ha sido uno de los referentes narrativos de la actualidad es conocido por todos. Nadie como él ha sabido,de forma consciente o no, esconder o esconderse, transmutarse, a pesar del tono confesional, nunca desvelando el nombre propio, cambiando ligeramente los nombres de sus libros, pero siempre hablando de sí mismo, de esa primerísima persona que convierten sus obras en un material semi-pseudo ficcional cuyo único argumento es el viaje de conocimiento de uno mismo: sus viajes, sus conferencias, sus escritores fetiche, la red de influencias que convierten a todo escritor, primero como lector, en lo que es, en lo que escribe. Una especie de escritor ausente, falseando los reflejos, agrandando situaciones sin importancia que se convierten en trama narrativa, eso lo han hecho los más apurados en este arte de escribir: Marías, Levrero, tal vez Ferrer Lerín. Y Vila-Matas. Narradores cuyo plano general se diluye sin importarle el argumento o cuyo argumento está supeditado a su sintaxis, a su ritmo, en definitiva, a su maestría dominadora del lenguaje, poco importa que sea realista o diluido entre el humo creativo, estos libros tan poco definidos en la descripción de ambientes y personajes, logran crear, mediante ese procedimiento impersonalizador, un lugar en el que tú mismo ocupes ese espacio vacío de la narrativa moderna, tan despersonalizado el lugar, que podrías ser tú, hipócrita lector, el que ocupa, como un intruso, el espacio que el escritor no ha querido relatar. Y que tampoco quiere habitar porque ha desacralizado la actividad totalizadora de la escritura. La narrativa actual bendice esos no lugares, los no sitios, la descripción vaga que haga funcionar la psique totalizadora del lector aprisionado en el universo creativo de Vila-Matas. Algo así nos enseñó Lautreamont, creador de espacios oníricos, en donde tú puedes ocupar esa erzart agonista, un dilettante del terror, pero también le ocurría a Proust, cuya descripción del tiempo, era tan minuciosa que dinamitaba cualquier intento de racionalizar lo contado, y procede, por exceso, a la destrucción de la línea argumentativaa, situando al lector en el centro de su espíritu. La leve descripción de Samsa nos hace ocupar su puesto en esa cama con una figura tan poco apetecible. También hemos sido Leopold Bloom paseando por Dublín. O incluso Virgilio queriendo destruir su Eneida antes de morir en la novela de Broch. En la literatura moderna todo está por definir, y eso lo sabe muy bien Vila-Matas. La pintura abstracta reconoció inmediatamente ese componente estructural del nuevo arte y se dedicó a reflejar todo aquello que no era concreto, la conciencia, apelar directamente al mundo interior que quedaba interpelado de manera novedosa a principios del XX. O lo supo muy bien Rothko que liberaba sus emociones mediante el arte en sus no cuadros. Esto lo sabía muy bien Vila-Matas en sus libros, pero no en este último, que más que nada parece una explicación propia del autor de por qué escribe así. Los límites de su escritura, una serie de situaciones que lo llevan a diferentes ciudades en torno a la búsqued de una puerta, una llave, una habitación "propia" que se escurre y desaparece, como su propia escrituraa que a veces se hace mediocre y un punto tediosa. Quizá es que yo ya no quiera habitar ese espacio propuesto, quizá es que ya haya encontrado el mío propio y no nececesite hallarme más en ningun otro. No lo sé, pero este viaje a Montevideo, que visité por primera vez hace muchos años, me ha abierto una puerta a un lugar donde no estuve nunca y de eso sabe mucho Vila Matas.

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