Nombrar lo que no
existe.
La poesía de Alejandra Pizarnik,
(1936-1972), nace de la música, como se puede oír en sus versos, que se suceden
cadenciosos, formando poema, y sin querer, creando un ritmo que te introduce,
sin apenas darte cuenta, en el dolor y el sufrimiento de la misma Pizarnik.
Tú eres Pizarnik ahora. Heredas,
de repente, todo el dolor de la huida, el sufrimiento de una niña que quería
ser perfecta pero no pudo, porque se convirtió en la denuncia de la angustia.
Una niña insegura que se mira en el espejo, sin patria concreta ni infancia a
la que aferrarse, y no es lo suficientemente guapa. Era Bluma, ese nombre familiar
que detestaba, le hace crearse una imagen alterna de sí misma, en donde no
llega nunca a reconocerse.
En realidad, tiene mucho más que
ver con la poesía de la americana Emily Dickinson de lo que parece, encerrada
en un cuarto, toda su escritura saliendo, sola, siendo palabra, siendo poema, dolor y sangre. Una corporeidad ajena a ella
misma, que le devuelve a otra yo que no ha aprendido todavía a pronunciar, la
misma sílaba, la misma mano.
Otro de los anclajes de su obra
se apoya en la pintura, estudió arte con Juan Batlle, el pintor surrealista,
nacido en España, pero emigrado a Argentina, que durante los años 30 del siglo
XX alcanzó enorme prestigio. Conocedor Batlle de las teorías del psicoanálisis
y de la pintura española vanguardista, así como de la europea, su pintura,
evoluciona desde el surrealismo hasta la preocupación metafísica.
En España el introductor fue el pintor, escultor, escritor albaceteño Antonio Beneyto, fallecido el año pasado. Así lo testimonia las Cartas a Pizarnik.
De alguna manera, la poesía de
Pizarnik está también muy relacionada con la pintura de Equipo Cobra y Gutai de
Yoshihara Hiro, crear lo que no existe. La
expresión del dolor, la manera de darle forma al dolor mediante la pintura y la
palabra. Algunos poemas de Pizarnik tienen la difícil función de ser retratos
de su estado de ánimo. Tiene que ver con el action
painting de Jackson Pollock o de Lee Krasner: expresar mediante el
movimiento lo interior, dejar libre el subconsciente.
”¿No es verdad que yo existo / y
no soy la pesadilla de una bestia?”
La pintura de Otto Wols, las
transferencias del dolor en hilos que comunican entre sí, entrando y saliendo
del cuadro, tiene un correlato con la poesía de Pizarnik, entran y salen sus
versos del poema aireando, una vez más, el extremo de la noche con los dedos de
la autora, que convulsiona las puntas de sus dedos para poner nombre a lo que
siente: Miedo. Su miedo no es el del mediocre burgués a perderlo todo, sino el
de no saber qué hace aquí en un cuerpo que no le corresponde, una conciencia
que habita la noche, un amor demasiado grande, un terror impúdico frente a la
fragilidad de la ceniza que habita ella cotidianamente.
“Yo escribo la noche”.
Le debe, en parte, la concisión
lírica al maestro Porchia, el editor italiano autor de Voces. Esas voces que habitaban su conciencia nocturna en vigilia
permanente, su amistad a lo largo con una extraña que se repetía en el espejo y
no sabía cómo nombrar. Medicamentos y nicotina, la “farmacia de su casa”, anfetaminas
y senconal para calmarse, escribiendo de noche la noche. No saber quién era.
“No quiero ir / nada más / que
hasta el fondo”, dijeron sus últimos versos, como la Storni. Recorren el camino
desde su poesía hasta el final, sin miedo a la nada, porque la muerte era solo
una palabra. Miedo.
La fragmentación de la obra del
italo-argentino Porchia, (1885-1968):
«En el sueño eterno, la eternidad / es
lo mismo que un instante./ Quizá yo vuelva / dentro de un instante. //»
Junto
a la pintura de pequeño formato de Batlle, hacen de la poesía de
Pizarnik una mezcla de breve poema de gran impacto visual, estético, casi
cromático en ocasiones, que ilumina la creciente oscuridad del yo en que fondea
toda la lírica de la Pizarnik.
Como afirmó Octavio Paz, su poesía se
puede definir desde diferentes disciplinas, la botánica, la física, la química,
pero todas afirman lo mismo, la “extraordinaria transparencia” de su poesía,
tanto, que si no se mira con atención, no existe, es de una luminosidad
extrema. “El árbol de Diana es transparente y no da sombra”, su poesía, dice el mexicano: “es un objeto
natural de visión”, es cierto, vemos a través de los ojos de Pizarnik su
adentro, la visión interior de su enorme y brillante grieta.
Es tu grieta ahora, leer a Pizarnik es
reconquistar el dolor de un mundo primigenio del que has sido despojado, y solo
algunos quedan guardando, su llanto se transmuta en canto. Transmutación en
ella misma. El ojo que todo siente. El poema es apenas su rastro. Una mancha.
II
El universo de la argentina es
abigarrado, de una simbología onírica, precisa para expresar la conciencia de
la que parte. Hay una aparente pobreza de herramientas porque lo importante no
es el deslumbramiento técnico, métrico o semántico, sino el impacto en la
retina del que lee. Su poesía arraiga en nuevas significaciones no esperadas
por la poesía, de esa manera su obra rompe con lo esperado.
«Quisiera ser masa lingüística», dice
en “Ajedrez”. La palabra y el sentimiento se funden en su obra, difícil separar
la una de la otra. Si la conciencia sufre, las palabras sanan.
Su poesía nace de la reflexión y en el
canto está su permanencia, en su música amétrica hay una nueva caja de
resonancias.
El tema central de su poesía es ella
misma, autorreferente, si es que la poesía moderna puede ir por otro lugar, que
no lo creo, porque el poeta debe ante todo, ser honesto consigo mismo y saber
que la piedra de toque debe ser él como tema, como Hölderlin que expuso su
locura como tema de su poesía.
Y la aparente sencillez de su
cosmovisión creativa, no debe confundirnos ni hacernos pensar que es la suya
una poesía simple. Se trata de un mundo simbólico bien definido en la tradición
europea, que ella conoció tan bien en su etapa francesa, de 1960 a 1964, cuando
vivió en París. Los símbolos se repiten: la noche, el alba, la sangre, la
palabra, el lila (omnipresente en su obra), y una dicción breve, de impacto,
como una mancha en un cuadro, de trazo grueso, una expresividad léxica heredada
de la experiencia pictórica de su juventud.
Los poemas de Pizarnik caben en la
caja editorial, es decir, apenas ocupan una página, pero ese espacio se
desborda por la compleja disposición de los símbolos y de los estados
sentimentales de la argentina, que traslada con precisión, el estado de ánimo
de ese momento, y frente a ello, se despliega toda una temática en torno a lo
corporal concreto, que se opone al dolor: las manos, los dedos, el cuerpo. Una poesía corpórea, arraigada en lo próximo,
en lo que toca y se toca.
Así el poema se hace mediante el verbo
cuerpo, nombre, se da, se exime, se impugna. Queda por tanto, su poesía sin
metástasis, encapsulada sin dolor, emasculada del miembro que la sostiene y
duele.
«Ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe».
La incertidumbre es la sintaxis que
desarrolla cada texto, lo que no tienen forma y no es concreto y se opone al
lenguaje y ella no puede nombrar, nombrar lo que no existe, todo lo que vive se
nombra o se aprehende.
La otra que habita en ella, esa
desconocida reflejada en un espejo grande, la impostora, que ocupa su vida,
pero no es ella, porque Pizarnik es su canto escindido del cuerpo haciéndose
sombra en otro cuerpo escrito, por ello su texto es canto, imagen poderosa ,
capital del dolor, sinestesia cromático sentimental. Color solo.
A veces se acerca a un misticismo
pagano, la pérdida de la fe en occidente deja un hueco enorme ante la
incertidumbre vital, que, a veces, hay que llenar de fantasmas. Gran parte de
la literatura y de la lírica del siglo XX transcurre por esos lugares, donde ha
quedado un profundo vacío sentimental y dogmático, el cual, debe llenarse para
suplir los espacios tan incómodos en la conciencia del hombre moderno. Su mente
se ocupa de otras cosas, el paso del escalador de altura, el que camina solo en
el vacío, esa es la verdadera épica del escritor actual, lo sabía Walser, Benn,
Broch, Musil, y tantos otros que han hollado los caminos de lo vacío, que han
fatigado el hueco de la antigua fe, como vaticinaba Nietzsche, una vez había muerto
Dios.
«cuando vea los ojos / que tengo en
los míos tatuados»
Las conexiones con el arte son
continuas:
«estos hilos aprisionan las sombras /
y las obligan a rendir cuentas al silencio / estos hilos unen la mirada al
sollozo //»
Escribe sobre un cuadro de Wols, uno
de los que dibuja los hilos cromáticos, y que a Pizarnik, sirve para metaforizar el dolor de un cuadro
y extenderlo hasta su poesía.
O:
«un agujero en la noche / súbitamente
invadido por un ángel»
Dedicado a una exposición sobre Goya.
El ángel ha sido siempre un tema
recurrente en la cosmogonía pictórica, desde los ángeles de Klee, hasta Dalí, o
los tratados por Walter Benjamin en su obra. A medio camino entre el cielo y la
tierra, criaturas que se desenvuelven entre el sueño y la vigilia, cuidadores y
condenadores, frágiles y terribles, expresan, de manera única, la frontera de
la conciencia del hombre actual, que se enfrenta a un mundo abigarrado de
neones y llamadas vacías. El ángel es la salvación, el que anuncia la llegada,
el que acaba con la incertidumbre de la espera.
El Ángelus
Novus enfrenta la tradición, el pasado, con el presente, y el presente de
la vanguardia no es halagüeño, el presente infinito de la grieta de Pizarnik
tampoco. En cierta medida, su historia recoge la historia de ángel de Klee, el
que explica Benjamin, es el ángel de la persecución, el íntimo ángel de la
familia Pozornihk desde Rusia a Argentina. La huida, el aislamiento, el idioma.
El final. La locura explicativa de tu propia locura.
Por ello el arte es una de las
herramientas que espolean los versos de Pizarnik, porque explica sin palabras
el sentido de la huida, el dar nombre a lo que no existe o existir desde la
palabra reinterpretativa del verso luminoso de Pizarnik.
«Es un cerrar los ojos y no abrirlos
[…] un sufrimiento en verdad demasiado grande pulsamos los espejos hasta que
las palabras olvidadas suenan mágicamente».
Su poesía bordea el aforismo o la
parca expresión, decir mucho con muy poco, no es necesario el adorno, el maquillaje,
toda la estética superflua no se concita aquí, este es un lugar desafecto,
diría Eliot, y ella parece repetirlo como un mantra, ¿pero dónde estaba la
felicidad? Ni siquiera en su infancia borrosa, con la memoria partida, dos
países, dos continentes, el contenido que se vierte y fluye en la múltiple
Pizarnik.
«Alguna vez / alguna vez / me iré sin
quedarme / me iré como quien se va //»
La incertidumbre, la continua huida,
la persecución de los fantasmas domésticos, la mística pagana, la constatación
del hueco profundo del alma, el vacío de la fe, con qué llenarlo amor si no
contigo mismo, diría Cernuda. Pizarnik lo haría con sus dualidades oscuras, con
el profundo silencio que rodea su obra, porque constata que no es el sueño de
donde se nutre su lírica, es la realidad interna de su ser.
¿Dónde la felicidad?
Al final casi, le escribe esto a
Yvonne Bordelois:
"Toda yo soy otra..."
"Mi Ivoncita, mi cercanita. Por favor no nos pidamos explicaciones acerca
del silencio (¿existe el silencio?) (...) te mandaré mi nuevo libro El Infierno Musical. Y también, si
consigo fuerza, algunos poemas recientes cuyo emblema es la negación de los
rasgos alejandrinos. En ellos, toda yo soy otra, fuera de ciertos pequeños
detalles: el humor, los tormentos, las pruebas supliciantes...
Ahora sé un poquito más (por eso ya no
me siento a la mesa y rumio horas y horas un adjetivo de algún poema). Sé un
poquito más, comprendo algo más; y sí, es tan terrible y viviente y vibrante
esto que alienta en esto que ahora soy. No sé en qué me he convertido...
Que desmemoria no te guíe".
“Toda yo soy otra”, la poeta ya no
finge, está siendo siempre otra, la continua transformación de su ser en un ser
que sufre. La incomprensión de sí mismo, objeto de extrañamiento, comienzo y
fin de sus problemas lingüísticos y sentimentales.
Una mujer rebelde, la que no cuadra en los planes que la
sociedad había reservado para ella, se enfrenta a la sociedad mediante la
libertad sexual, la decisión de no tener hijos o de parejas estables, siempre
libre, libre. Su timidez, su tartamudez, cercana al defecto en el habla de su
amigo Cortázar. Obsesionada con su peso, lo que la llevó al consumo desaforado
de anfetaminas, a la dependencia de ellas para seguir.
Porque la poesía era:
«[…] el lugar de la herida / en donde
hablamos nuestro silencio. / Tú haces de mi vida / esta ceremonia demasiado
pura.//»
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