DumDum, estudio de grabación

Justo Navarro

Editorial Anagrama

 


En la costra

 

 Justo Navarro nos tiene acostumbrados a la excelencia narrativa, como en F, o en Finalmusik, o Accidentes íntimos, o quién no recuerda sus versos, (sí, Justo Navarro también es poeta), que ya se adelantaban a estas preocupaciones sobre el propio ser:

“Despertó en una cama / en la que nunca había dormido antes, / en una casa que jamás / había conocido […] desde el espejo lo miraron / dos ojos nuevos […] oye por primera / vez ese nombre y ese idioma, acude.”

Estos versos pertenecen a su libro Mi vida social, de 2010. Aquí parece adelantarse catorce años al asunto de esta novela donde la dislocación espacio temporal está al orden del día.

No solo eso, sino que además el discurso se va componiendo sobre diferentes tramos acumulativos, en los cuales, la repetición sintáctica funciona como la argamasa del discurso, tal vez debido al estado de semiinconsciencia que muestran los personajes, cansados de interferencias virtuales que la sociedad ha integrado en sus cuerpos. Da pavor solo pensarlo, y más miedo aún cuando andan, algunas compañías actuales, replicando el iris de ciertos pazguatos que no saben que venden su alma al diablo.

Lo que yo pensaba que sería una novelita sobre música, se fue convirtiendo en una trama de novela negra ciberpunk con música industrial como banda sonora original.

Todo está cuidado al milímetro en DumDum. Algo que siempre ha captado mi atención en ciertas películas futuristas o distópicas, como en el caso de Blade Runner, (Ridley Scott, 1982), es la apurada representación de la realidad, no solo la que atañe a los personajes principales, sino aquella que alude directamente a los lugares en los que se desarrolla la historia, en el caso de la película, sucede en una Los Ángeles casi irreconocible entre los dazibaos electrónicos que hacinan las calles de la megaurbe cubierta de polvo.

En el caso de Navarro, se trata de una cuidada representación de una más cercana Granada posindustrial y neonoir, pero, no por ello, menos aterradora, cubierta de pantallas de neorrealidad, de injertos, de anuncios andantes, porque lo que sobrecoge principalmente en esta novela es la desesperanza humana y vital de todos los personajes y ciudadanos, que se han convertido en restos de humanos, tan injertados de mecanismos, ruidos, psicovisiones que hace difícil discernir entre realidad o visión.

Ese es uno de los dilemas de los que parte la trama. Los personajes están creados sobre falacias, faltas de conciencia inducidas por el Leviatán de una gran corporación, injerencias, trasferencias de memoria de personas fallecidas en la conciencia real de personas vivas, en donde ni siquiera los injertados conocen el origen, la procedencia de tal práctica.

Esas prácticas de control las lleva a cabo el gobierno o una empresa todopoderosa, para el caso da lo mismo, y así se domina la conciencia de la ciudadanía, atontada por la posesión de uñas pantalla, de marcas de piel radiantes, con injertos de ojos biónicos y hojas aguijón, así como el uso de moscas de vigilancia mecánicas que son capaces de introducirse en cualquier lugar para vigilar todo en todo momento, por ello, la policía ya no es necesaria, no existen los mecanismos de defensa porque ya todos actúan como uno.

“He oído que todos somos policías, vigilantes, inspectores, sensores, detectores, localizadores, micrófonos y cámaras andantes”.

La novela ofrece una trama de búsqueda continua de personajes que van variando y toman la historia y la cuentan desde su dudoso punto de vista. Una trama que investiga quién está suministrando las burbujas de invisibilidad, algo nada baladí pues estas burbujas, droga sintética que permite al usuario estar fuera de los mecanismos de control del gobierno, fuera del ojo que todo lo ve en todo momento, puesto que el estado suministra, entre otras muchas sustancias, el líquido de la visibilidad y el control permanente.

De alguna manera Antonio Vigo es el último romántico, el dueño del DumDum deambula entre espacios deslocalizados, pues la realidad se ha convertido aquí en pantallas y efectos de visiones que nos pueden hacer creer que estamos en cualquier lugar del mundo: “Nayaf, Irak, Afganistán, Astilleros Okean, Mykolaiv, Zaporiya”, en una abigarrada y discontinua realidad alterada por la ingesta masiva de psicovisiones. Vigo considera que es necesario hacer esto frente al excesivo control central, un Quijote en estepas ciberpunk. Enfrentarse a la realidad o desconectarse de ella.

Hay tantas referencias bien asimiladas y digeridas por Navarro de la gran literatura distópica: Un mundo feliz, Farenheit 451, 1984,  el soma, el control total y la Policía del pensamiento, el crimental, que desemboca en esta novela, construyendo un mundo verdaderamente aterrador y autónomo; esto se puede ver en las numerosas construcciones de los neobjetos que pueblan esta realidad discordante y violenta, todo puede ocurrir en cualquier lugar:

“La música de Arbeitskraft llegaba a la Andreas Hofer Strasse[…] ropa nueva, ropa usada, exoesqueletos de escarabajo, […] materiales biosintéticos. Una escuadrilla de bombarderos biplaza extinguidos hacía mil años sobrevoló Bolzano.[…] Tienda de ojos[…] la cabeza viva de tritón que la mujer llevaba injertada en la frente …”.

Todo en la novela es incómodo, dúctil, intercambiable, el mundo se ha convertido en una interfaz infinita de percepción y montaje, en una realidad que esconde otra realidad: la costra, donde conviven ciudadanos que se esconden como vagabundos recogebasuras de cables, neones en donde la invisibilidad se hace potente.

Todo es un mecanismo del gobierno que trata de equilibrar el control suministrando estas sustancias en una ciudadanía infeliz que “desaparece” gracias a las burbujas, la conciencia ciudadana ocurre en las cloacas de la realidad, en una Granada irreconocible a pesar de que se dibujen sus contornos, que es lo que está empezando a suceder, por otros motivos más mundanales, que no hacen al caso, pero que son igualmente alienantes.

El temible Departamento de Armonización instala biochips de felicidad, esto tanto me recuerda a aquella letra del grupo post punk granadino Lagartija Nick, del músico Antonio Arias, otro grupo, como Navarro mismo, o como la ciudad de Granada que me devuelven a esa juventud despreocupada:

“En el nuevo Harlem, […] si necesitas crack, cocodrilos ciegos leen en braille el Financial Times, […] en nuestro Bangla Desh, psicóticos, neuróticos, chovinistas, egocéntricos, alguien tiene un arma por si algo sale mal,[…] públicos y privados, como ciencia y ficción, […] el equilibrio psicológico anunciado en televisión.”

Todo parece apuntar a lo mismo: “Dame algo que sea real”.

Neurovigilancia, neorrealidad, electrofármacos, injertos cerebrales; de verdad, ¿no les suena ya?

¿Cómo es que no nos hemos dado cuenta?



J. Fabrellas

 

 

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