CONTRA LOS FALSOS POETAS
Porque ya lo dijo Gombrovicz con mucha mayor saña y
acierto, a los poetas solo los leen otros poetas, y más, solo los amigos poetas
de los poetas; después de esta afirmación lapidaria de Gombrovich, a la cual, su
compatriota y excelente poeta Ceslaw Milosz le dio la razón, se ve agrandada por
cierta actitud de revelación o de desenmascaramiento del más allá, que se supone
a todo poeta. (Aunque no tenga dicha facultad de trascendencia).
El poeta no
existe, no nace, se va haciendo, y se le suponen ciertas dotes inherentes que él
mismo debe ir desvelando en una larga carrera no profesional. Ser poeta no es
una profesión, sin embargo, sí requiere una larga etapa de práctica y
aprendizaje que nadie enseña en ningún lugar, (a no ser que se dé el caso de una
situación de aprendizaje y maestrazgo estipulado), y suele coincidir además, con
la formación personal e intelectual del aprendiz, que va adquiriendo, con la
experiencia escrituraria, una serie de conocimientos formales, hasta que
alguien, que sabe mucho de estas cuestiones técnicas, se convierte en poeta, o
podría llegar a serlo, aunque no escriba poesía. Es un don, no lo olvidemos, y
los dones vienen del cielo, como la claridad.
Ha adquirido el poeta una serie de
estrategias (un método, también la poesía es artesanal), que hacen tratar al
lenguaje como una materia, y es capaz de transformarlo en arte, si los hombres
apenas somos capaces de manejar el lenguaje correctamente a diario, imagínense
en estas cuestiones artísticas, no lo olvidemos, la poesía es un arte.
Y no nos
olvidemos tampoco de que, a escribir, se aprende leyendo, e imitando a los que
son poetas, miren el siglo de oro, donde las obras se hacían emulando modelos
clásicos e italianos. Esta nueva capacidad será negada, a su vez, por aquellos
poetas que no saben nada de estas cuestiones técnicas, (ni quieren saberlo, la
mayoría hoy), puesto que hay una larga cadena de conocimiento técnico que va
desde la Grecia clásica, pasando por Roma y la Edad Media hasta la actualidad;
problemas técnicos, casi algebraicos, diría yo de numeración de sílabas, de
ritmo, de figuras retóricas, de tono, de pies métricos, de licencias métricas,
de diptongación, sinéresis, diéresis, tmesis, encabalgamientos, anacrusis,
versificación, así como conocimientos temáticos divididos por siglos a lo largo
de la historia de la poesía, pero también de la historia de un país, es
importante saber también qué se ha escrito antes y qué no. para poder hablar de
un tópico o de qué manera acometer ese poema, qué sesgo, qué tono debe ocupar;
otros, por su parte, no quieren saber nada de la artesanía íntima del poema, por
considerarla ajena a la poesía, o bien, directamente, porque se dan cuenta de
que la práctica de esta técnica requiere, y mucho, del control de diferentes
poéticas y que, ellos, no tienen ni el tiempo ni la energía para intentar
dominar.
No se puede volver a escribir una elegía sin haber leído a Miguel Hernández o a Lorca, es imposible no haber leído las coplas de Manrique, y sabérselas.
No es posible hablar de amor si no se ha leído a Salinas, o a Aleixandre o a Cernuda, o a Neruda.
No se escribirá nada bueno sobre el amor filial sin leer a Goitysolo, o celebrar una poesía en contacto con la tierra sin haber leído la obra completa de Claudio Rodríguez.
Los malos poetas tienen prisa y quieren escribir rápido y recibir pronto una respuesta multitudinaria. Eso es algo que casi nunca ocurre, no le pasó a Machado, ni a Unamuno, uno de los poetas más desconocidos del 98. De una poesía casi secreta y excelente.
Y así surge el mal poema, ejecutado por lectores que no leen o que han
leído insuficientemente un mismo autor, el mismo siempre. La práctica de la
buena poesía es una tarea que se adquiere con mucho tiempo, con cantidades
ingentes de tiempo y de lectura, (por eso lo de la juventud despreocupada y lo
de la lentitud), casi todos los grandes poetas o pensadores eran grandes
lectores y fueron personas ricas o acomodadas. “La gracia que no quiso darme el
cielo”, afirmó Cervantes sobre la poesía, (supongo que él no tenía tiempo,
ajetreado entre las diferentes cuestiones de honor y trabajos burocráticos que
desempeñó), él lo sabía, y tuvo el valor suficiente para admitirlo; en la
actualidad, no todos somos capaces de admitirlo. Numerosos son los errores
cervantinos que se coligen de la falta de revisión y corrección, como para
dedicarse a la poesía.
La poesía ha muerto gracias a las redes sociales, en un
principio, pero también, debido a la larga sucesión de palabras bonitas con
fotos que acompañan discursos inermes y que hacinan el ego del ser humano
postpandémico. Se ha erigido también al libro de poesía como producto final y como
recompensa y complemento a una trayectoria vital y laboral. Nunca fue tan fácil
escribir poesía y publicarla. Nunca fue tan fácil olvidar lo escrito. No
obstante, la lírica estaba herida de antes, herida de tedio, de aburrimiento,
una lenta agonía en recitales con personas que no saben leer ni sus propias
composiciones, en slams interminables de analfabetos digitales que miran sus
pantallas encendidas en la tenue luz de un bar, porque, ni siquiera, han tenido
el valor suficiente para enfrentarse a una página en blanco, porque quizá no
sepan aguantar el peso de la pluma, y el vacío no intermitente del papel, que es
como se debe escribir poesía. No obstante, no les importa a esta nueva manada de
infelices, relatores del tedio, la corrección sintáctica u ortográfica. Otro
libro, otro poema que nadie ha pedido. Otra editorial en quiebra.
Considerarse
poeta, como muchos se llaman ahora sin rubor alguno, como si ya hubieran escrito
una Divina Comedia o estuviesen a punto de hacerlo, es arrogarse cualidades que
se suponían en el pasado a los poetas como una mayor sensibilidad, que se ha
traducido en una enorme inseguridad intelectual y personal en la actualidad. Es
curioso, además, que los grandes poetas de la historia literaria de la tradición
hispánica, no se consideraron jamás a ellos mismos poetas, toda vez que sus
funciones militares o religiosas se lo impedían, o tal vez la humildad, que a
esta nueva hornada de cenizos relatores de sentimientos, no dejan de recordarte
en todo momento y se presentan con esa carta, ”soy poeta”, mientras te estrechan
una temblorosa mano después de haber escrito un solo verso.
Ya se pueden
comparar con Dante, con Rimbaud, aunque su única aventura haya sido la de
comprar el pan esa mañana. Mientras Baudelaire dilapidaba la fortuna familiar en
putas y absenta, Rimbaud era adicto al opio y traficaba con armas en Yemen, su
querido Verlaine, por su parte, abandonaba a su mujer mientras fornicaba con
Rimbaud, y se escapaban a Londres juntos. En fin, como vemos, actitudes todas,
nada constructivas o edificantes a los ojos del moderno hombre woke que piensa
que escribir poesía lo va a igualar con Lorca.
Nada nuevo bajo el sol, jóvenes
poetas, nada nuevo, nada que no haya dicho ya Catulo, Safo, Homero; no estáis
defendiendo ninguna causa por la que no haya muerto gente antes, solo lo que
quieren las grandes marcas para las que trabajáis sin descanso y sin cobrar. O
aquellos que piensan que la poesía debe ser social como la que hacía Miguel
Hernández, que el compromiso político va de la mano del compromiso estético, y
esas estupideces tan pasadas de moda, porque el mundo de Alberti, de Hernández,
estaba muy bien, pero ya no existe.
A qué pueblo vas a dirigir tus cantos ahora
si ya no se espera nada del poeta, si el pueblo es ciberproletario feliz de
lamer la bota del amo, y está deseoso de tener un coche que jamás podrá
comprarse, por eso ha muerto la poesía. No querer verlo es de ciegos. Ahora el
poeta no cuida cabras, ahora se aburre de 8 a 3 delante de la pantalla del
ordenador del trabajo, esperando a que venga la musa. Pero la musa no viene, no
existe, es solo trabajo y dedicación. El poeta buscapremios, por su parte, el
que hace vida literaria, es un asalariado del azar y de los contactos de su
agenda, si los tiene, llegará lejos; si no los tiene, tenderá a crearlos,
mediante la creación de revistas, premios, o editoriales tan independientes que
hagan, a su vez, una estrecha gama de colaboradores que defiendan su poesía y la
corriente que quieran erigir, para combatir la acción de los grandes nombres
apesebrados de su particular mundo poético, y por ende, corrupto. Las
revoluciones poéticas o no solo valen para asegurarse una posición cómoda en la que
no hacer nada revolucionario. No obstante, el problema principal no es todo esto
dicho anteriormente, sino la palabra.
La palabra como unidad dadora de vida en
lo lírico, que viene a sustituir la visión endiosada de la actitud poética, es
decir, la poesía y su palabra, como si fuera una cuestión de fe, para falsos
dioses caídos. Se tiende a sustituir el vacío intelectual de un dios muerto y se
escribe una obra poética en su lugar, ese vacío enorme que deja la fe cuando se
ha perdido y que tiende a rellenarla con discursos sucedáneos. Este es un error
de fondo porque seremos falsos teólogos y malos poetas, ya que cuenta con la
estructura de un discurso que no es el nuestro, y esto se puede entresacar para
todo tipo de lírica.
No se puede creer que la labor de un poeta es la de
sustituir a Dios, o esa poesía no me interesa. Es el discurso de la falacia. Y
la poesía trata de la verdad. Esos poetas que usan el padrenuestro para
construir otro poema, de nuevo, esos poetas que nombran a Ítaca sin ser Kavafis
u Homero, no se puede. Poetas que hablen de fuentes lánguidas y de limoneros, no
más Machados, no más Salinas, no más Lorcas. Ya murieron, y ustedes querían
resucitarlos. Donde hay un poeta hay una neobiblia por ser escrita. “Creed en mi
palabra, en mi falsa representación de lo que ya hemos destruido cumplidamente,
no queda nada, creed en mí, todo ha quedado allanado, ahora solo está mi obra”,
pensarán los malos poetas Cada autor sustituye los textos sagrados destruidos
por su obra, y claro, se cae todo el armazón.
Cada poeta representa a un dios
caído, casi siempre el mismo en la civilización occidental, un profeta sin
reino, un verso sin libro. Palabra sin sentido. Y cuando el poeta se da cuenta
de su insignificancia lírica, textual, (cuando es capaz de reconocerlo), decide
hacer otro libro, igual al primero. Ve enemigos donde no hay, y trata de enseñar
su obra a todos como palabra divina, pero sin revelar nada. No reconoce el falso
poeta la pérdida, la retirada o el desaliento. Su obra es inerme. Se convierte
entonces en un profeta malo, porque no hay dios ni correlato intelectual, se ha
utilizado el discurso de otros para hacer algo similar a otros, aquí entra con
fuerza el componente de lecturas previas: casi todo se ha escrito ya antes.
Es como el buen ajedrez, casi todas las grandes partidas ya han sido jugadas, y algunas nunca lo harán.
El
poeta resacraliza todo lo que ha querido desacralizar el arte actual y sustituye
la antigua fe por una nueva basada en su palabra. Y si nadie lo lee dirá eso de
que “cómo están los tiempos, ya nadie lee (mi) poesía”, o si no encuentra
editorial que publique sus ripios, dirá que “todo en las editoriales es
corrupción”. “Malos tiempos para la lírica” canturreará infeliz. Y se atreverá a pagar para publicar su obra. Como el que se atreve a disfrutar del amor pagando y pensará tal vez que es un gran consquistador.
Esto lo sabía
Nietzsche, Zarathustra viene a decirnos, como buen charlatán, que Dios ha
muerto, (esa es la audacia de Nietzsche, su personaje es la de un poeta que
juega a ser profeta), o Platón, que estipulaba que la poesía no era la realidad,
sino la imitación de la realidad, así, todo lo dicho por los poetas,
especialmente los malos, es charlatanería, adoctrinamiento: una estafa
piramidal. Bitcoin lírico. La poesía ha fracasado porque se ha hecho vulgar,
torpe, ha mentido más que nunca, y empiezo a darme cuenta de que sus respuestas
jamás serán válidas ni para construir otra verdad poética mayor, si no es, para
empobrecer el triste panorama dejado por una nueva tradición, que prefiere
destacar el propio ego, entre las ruinas de una civilización, antes que defender
la elaboración de una buena poesía, honesta y comprometida, principalmente, con
el poeta mismo.
¿Quiero decir con esto que no hay buenos poetas que escriban
buena poesía ahora?, sin duda que sí. Tampoco es cuestión de hablar de lo que es
gran poesía y poesía mediocre, a estas alturas, a nadie se le escapa esta
cuestión, pero, ¿por qué esa proliferación de libros, actos, encuentros,
actividades, talleres? ¿Sirven para algo todas estas cuestiones? Y no es una
pregunta retórica, desde luego que no sirven para nada. La única excusa para
hacer poesía es que el poema sea perfecto, aquí no vale el segundo puesto. Nadie
te obliga a escribir un poema, por lo tanto, no lo escribas si no va a suponer
una quiebra radical con todo lo que has escrito antes y con todo lo que se ha
escrito anteriormente por otros. Nadie quedará en los anaqueles del olvido. Hoy
cualquier libro editado en una editorial, no dura más que el acto del librero de
sacarlo de la caja y colocarlo en el escaparate. Se están colocando
continuamente libros en escaparates que nadie leerá nunca.
La poesía se ha
convertido en una cadena de producción. No hay lectores de poesía porque se ha
difuminado la línea entre lector ocasional de poesía y el propio intento de ese
lector de escribir su propio libro y convertirse en autor. Carece de valor el
mensaje poético, es inerme y copiado, por tanto, se asemeja más a una acción
emuladora de otros poetas malos, que a una respuesta artística a un estado de
ánimo tamizado por la tradición y la palabra.
No es que no crea en la buena
poesía, pero cada vez me es más difícil encontrar esa actitud auténtica en los
poetas actuales, todos inmersos en una feroz carrera por colocarse en una
posición aventajada con respecto al resto, a los que, además, no les importa dar
cortes al paso y hacer como si nada. Críticos, editores de renombre, poetas a
los que admiro, artistas de todo tipo que se quejan de lo mismo, de la falta de
arte en lo poético, pero nadie dice nada. La poesía se ha acabado esta mañana,
tenía que hacer la compra.
El poeta no busca el arte ahora, busca la notoriedad
fácil, esa mediocridad pequeñoburguesa de “dejar huella”. De hecho, no se hace
desde la responsabilidad ética de la artesanía lírica, desde el trabajo lento y
meticuloso de amor a la palabra en su sentido más tradicional, sino desde la
urgencia y el brillo de una imagen que devuelve un fresco desvaído. La poesía va
en contra de la rapidez, es el elogio de la lentitud y es inerme ahora, como
mucho, cumple la función de estar bien escrita, en el mejor de los casos, pero
en la mayoría, solo cumple una función de mero eco de cámara cerrada, no
universal. Los a sí mismos llamados poetas ejercen una actividad fagocitada por
inercia, no después de un proceso largo de lectura y reflexión, por lo tanto, la
palabra les frustra, y acaban ejerciendo la poesía en un libro mal publicado,
porque no solo es la poesía, es también cómo viene acompañada en un libro. Las
portadas no deben ser brillantes, ni el tipo de papel el más caro, pero el
interior acompaña el exterior, recuerden, forma y fondo, sustancia y esencia.
Nadie te obliga a escribir un libro, y menos de poesía, la más selecta de todas
las artes, ya que se encuentra en todas las otras artes. No todos podemos ser
poetas. Quizá sea la gracia que no quiso darnos el cielo, y ya hemos aprendido
muy tarde de nuestros errores. La poesía tampoco es un arte de crítica, no puede
reivindicar las condiciones salariales, ya digo, ese pueblo analfabeto ha
cambiado, y se trata de otro, ahora el pueblo sueña con ser el jefe, y vive
oprimido por diferentes cadenas que poco tienen que ver con la producción, sino
con la falta de formación personal. Eliot afirmaba que no se debe hablar de los
sentimientos en el poema, que se debe huir de esa afectación sentimental a la
que tendía un tipo de poesía muy determinado, la del Romanticismo, ese mismo que
expresó el imperio del Yo, frente a la frialdad academicista de la Ilustración.
No se debe hablar de sentimientos, de eso hablaremos con nuestros amigos o
parejas, pero todo el mundo habla siempre de lo mismo. El ser humano siente de
la misma manera, y tiende a expresarlo de la misma forma. Si no se dan cuenta de
la trampa no escriban nada. El silencio estético, a veces, y no es una boutade,
es el mejor de los poemas jamás escritos, como en el ajedrez, la combinatoria es
casi infinita, pero tremendamente predecible, y no todos podemos ser Capablanca.
No conviertan la poesía en un manifiesto de su estado de ánimo. Sus buenos
libros no serán recordados, las Parcas son caprichosas y se encargará de
esconderlo, pero nadie olvidará jamás el peor poema que hayas escrito; la
poesía, en esencia, es perfección, y nosotros, no somos los ángeles de Klee, (ya
saben, el Ángel de la Historia vuelto hacia el pasado de Benjamin), distamos
mucho de la perfección formal, temática, del ángel que sobreviene de súbito, no
somos Hölderlin, (“ser uno con todo lo viviente”), ni Keats, ellos murieron del
arte que les reventó en las manos como un animal peligroso. Si no piensan que se
van a morir escribiendo, no escriban. Si no saben escribir para remover las
entrañas de la gente, no escriban, si piensan que van a ser famosos con la
poesía, no malgasten su tiempo.
“¡Cómo odio a todos bárbaros que creen ser
sabios, a todos esos monstruos que matan la belleza[…]”, diría Hölderlin.
La
lírica es una hetaira fina, hay que tratarla con esmero. Y sin ganas, no hay
pecado. ¿Acaso nos interesan los sentimientos de los otros? ¿Cuándo fue la
poesía el ama de llaves de la conciencia? Con la poesía no nos debemos sentir
identificados.
Debe chocarnos y dolernos porque su palabra es primigenia, única.
Porque mi sintaxis debe superar los versos y el uso de las palabras superar la
morfología y decir más. Así despega en mi pobre entendimiento adocenado, me hace
sentir que ahí arriba no hay cielo sino un espacio iluminado por la obra de otro
ser. La única excusa de un poema es su absoluta naturaleza radical, y entonces
debe ser perfecta, única.
J. Fabrellas
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