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La posmodernidad era esto 


 Diferentes han sido las voces que han señalado el cansancio del modelo posmoderno en la narrativa actual, modelo periclitado. A pesar, claro está, de diversas excepciones. ¿Se trata entonces de un modelo acabado, y estas manifestaciones de determinados autores, una forma alargada de la novela de caballerías a la que se opuso Cervantes? 

 Ahora mismo, cuando las clases sociales no son sino remanentes de una difuminada lucha social, con cierto resabio al pasado. Hoy, que la lectura es el producto de un ejercicio que se manifiesta en soledad y en silencio, todo aquello de lo que el hombre actual carece, tiempo y silencio, léase bien, porque el escritor necesita más tiempo y más silencio en esta cámara de ecos agrandados por las redes sociales en el que se ha convertido la realidad (virtual), y el escritor, inmerso en esa dinámica utilitarista, no los tiene tampoco, ni tiempo ni silencio, soliviantado por una industria editorial que le exprime y por una competitividad falsa entre las publicaciones de impacto y los mendaces cantos de sirena del autoéxito literario. Sobre todo cuando sabe que ese lector ideal, que no existe, que no es más que él mismo en un recipiente ideal transformado.

 El escritor se pregunta, más que nunca, para quién escribe. Todas estas cuestiones cambiaron la narrativa moderna para adoptar un modelo realista, sobre el que después vendría otro finalizando el anterior, esa posmodernidad inventada por Kafka, Joyce, Eliot, Pound, en el periodo de entreguerras, donde la falta de confianza en el ser humano fue traducida a una manera de escribir que no estuviese dirigida al hombre.

 La literatura actual debe transformarse ingiriendo grandes dosis de fórmulas autocomplacientes, como la autopublicación, o dirimir con grandes plataformas a las que lo literario, como fenómeno subversivo, le es totalmente indiferente, incluso ajeno, porque solo procuran el beneficio inmediato buscado en una actividad irrelevante como es la escritura. Por ello, ese modelo experimental, heredero de la vanguardia de principios de siglo XX (la tríada señalada antes con otros vérices: Joyce, Proust, Kafka o Broch) que se transformó y deglutió en los modelos productivos de ciertos autores como: Phillip Glass, David Foster Wallace, Thomas Pynchon, Lobo Antunes, Ali Smith, Lazslo Krasnahorkai, Ben Marcus, Tom McArthy, Mircea Cartarescu, César Aira, o Salvador Elizondo, pongo por caso. 

La realidad se transforma, se hace tecnológica a grandes pasos, y en ese momento, debe entrar la literatura que no muestra sino una gran crisis de producción mediante las propuestas de los autores nombrados anteriormente. La fragmentaria realidad, las infinitas parcelas del saber, la dicotomía de lo real frente a lo imaginario, entre el fake y lo real, los discursos limítrofes que confunden mensaje y propaganda en una habilísima estrategia de literatura circular que ofrece ciertos géneros fetiche, novela negra con detective, novela histórica, la de ciencia ficción, o l distópica, creando la necesidad de consumo, porque se trata solo de consumo, no de una lectura crítica en las estanterías de novedades de las librerías. Argumentos disruptivos, la realidad ya no necesita esas formas de narrar del pasado, y si lo hay, como en la novela histórica o en la subtrama de la novela negra, son un producto comercial que interesa a lectores de edad media avanzada, a los que se consiguió fidelizar desde jóvenes con lecturas inermes y en cierto modo, burguesas.
 Hoy, no existe ya reemplazo de ese tipo de lector, es decir, ¿qué leerá el lector joven? Cegado por las luces de su propio emprendimiento, sordo de la música caníbal que le acercan al oído, insensible a problemas que nunca ha interiorizado, ausentes de una historia de la que se han autoeliminado, insertos en una onda que los expulsa y los incluye solo como modelo productivo. La lucha entre la actualidad y un pasado acrítico que nunca le ha sido explicado o que ha expulsado de su horizonte de influencias más directas.

 Lo que aquí se plantea es, qué tipo de literatura es posible, y es que escribimos para ese lector burgués que no comprende tampoco la modernidad, y que prefiere seguir devorando novelones folletinescos que aportan datos inútiles, y que poco tienen que ver con el fenómeno narrativo subversivo, porque esta literatura radical, no ha logrado su cometido de crear un lector crítico, al menos no ampliamente. 

Por lo tanto, esta literatura experimental, la que bendecía la aparición de diferentes puntos narrativos, en los que se incluía un lenguaje heredado de los discursos disruptivos de la primera posmodenidad, o procedente de la propia conciencia creativa del autor, liberado de las mordazas positivistas de la productividad creativa, habiendo creado un estilo propio, entre lírico y alucinado, que se compara a las corrientes artísticas de la pintura del siglo XX, al fovismo, al expresionismo, o al cine más experimental de Andy Warhol o de Jonas Mekas, en donde la novela y lo pictórico, junto al diseño gráfico, han llegado a confluir en la sociedad macluhaniana donde el único fin era el medio, y en donde se confunde la noticia y el anuncio, la canción con la plataforma musical; la escritura por tanto, no es ajena a esto, y se bendice en las nuevas plataformas del moderno Superyo en donde contar con una publicación anodina, pero firmada por tus pulgares, es parte de la concepción autocomplaciente del sujeto actual occidental, una imagen autoproyectada de ficción exitosa, y difuminada por las lentes de las redes sociales, que hacen pensar que tu objetivo es tu sueño autorrealizado, aunque es la falacia de la creación actual, las publicaciones carecen de interés. 

¿Para qué servía entonces esta literatura, y por qué se sigue realizando? Esas propuestas de una sintaxis mediúmnica que recrea antiguos paraísos políticos, que marcan el paso del compromiso ético que se convierte en una pesadilla estética, esa invención de espacios fantasmales, los parques de atracciones convertidos en pesadilla en la narrativa de Krasnahorkai, la desmenuzada descripción de la realidad empobrecida, sin discurso, de su obra, porque los discursos ya dejaron hace mucho de interesar al lector avezado, todas las políticas, son una y la misma, todas han fracasado en el nuevo escenario teatral donde confluyen, y es la corrupción sistémica la que gobierna cualquier política. Krasnahorkai ha cambiado la trama por la descripción, en sus obras nada acontece, solo el tiempo destruyendo toda posibilidad de redención, o de impugnación de un mundo que se fagocita infinitamente en la repetición de una historia que aún hoy sigue vigente. El cansancio del ciudadano hacia lo político en donde subsiste, pongamos por caso el alargado caso de China o de Cuba donde el marxismo tropical no deja expandir la conciencia crítica de ningún ciudadano al son de “patria o muerte”. 

El lirismo inherente a las obras del húngaro empaña también el recuerdo por un pasado siempre doloroso y punzante, en las obras del portugués Lobo Antunes, donde los espacios compartimentados de la memoria, se fusionan y se eliminan unos a otros, creando un puzle enorme donde siempre faltan piezas y donde la literatura cumple esa función de recreación del dolor, del recuerdo, de la persona que fuimos y que no se reconoce ya en esta nueva memoria del presente, metáfora del olvido al que estamos abocados, en una realidad que ha aceptado el chantaje del recuerdo, como moneda de cambio para conseguir una dudosa eternidad. La metódica fascinación de Antunes por una realidad desde el hospital psiquiátrico en donde escribe,(porque posee allí un despacho, no porque esté recluido), analizando sus propios fantasmas, que no son otros que los de la conquista y colonización radical y cruel por parte de una Europa ávida, que ha cambiado ese discurso de la violencia, ejercida hacia terceros, por una relación clientelar, casi feudal, mal disfrazada actualmente de cooperación internacional, son los signos del nuevo siglo. 

La productividad a todo precio. Exceso de productividad que sufrió directamente el genio creativo de David Foster Wallace, enfrentado su genio a decidir entre su ser productivo o callar para siempre, lo que explica obras como La broma infinita, de alcance total, que señala la violencia ejercida hacia la enfermedad mental, hacia los sistemas de dominación orquestados por los servicios sanitarios frente a la excesiva medicación de la stultífera navis, entendida aquí como el grupo de personas que disiente, la solución farmacológica a problemas que no tienen lugar en la conciencia enferma de la sociedad actual. Frente a los modelos de oratoria interrumpida en sus cuentos imposibles, relatos que alcanzan a romper las reglas del juego en La escoba del sistema, porque no son relatos, son textos truncados, hacer literatura sin hacerla, hablar de los problemas de los que ya habló Foucault en su Historia de la locura, como forma de ejemplarizar a la sociedad que no piensa como el resto. De ahí el uso del discurso alternativo de Wallace en Olvido o Entrevistas con hombres asquerosos, donde el buceo por la intrahistoria sentimental de los entrevistados componen un estudio del alma humana y de la doble visión de la conciencia trágica del malogrado Wallace. 

La destrucción de los géneros y la hiperproductividad literaria de César Aira que crea y recrea el término lábil de novela, de cuento, de lenguaje desde la simplicidad más absoluta. El reto frente a la pulsión editorial y la respuesta cercana en la logorrea del argentino que propone modelos narrativos diferentes a cada paso, desde la sublimación del género y convertirlo como en la alta cocina, en un gas o en una niebla repetitiva que difumina las fronteras tradicionales de lo literario. Todo esto responde al cuestionamiento de la realidad, al cansancio ejercido por el ambiente repetitivo. ¿Estamos a la espera entonces de la novela total que muestre el cansancio de la industria ante tal modelo? Por decirlo de otra manera, la obra que venga a firmar la muerte de la novela posmoderna. En otras palabras, cómo será la novela del futuro, y no hablo de la novela millenial, esa es solo un tránsito, otro producto del sistema de consumo. 

¿Quién se atreverá a publicar un libro que rompa todos los límites establecidos en novelas que no tenían límite? 

Véase el caso de Ali Smith, con la múltiple focalización de personajes que se entremezclan en sus páginas, diferentes lenguajes narrativos, la sumisión a una realidad imperante, casi agobiante, la objetualización fetichista, subtrama del consumo, la precisión de instante, la repetición del tiempo, el hallazgo fortuito de lo mínimo celebrado mediante un idioma único. La incursión de lo lírico en sus obras que dan lugar a diferentes diálogos creativos, mezclando sin pudor distintos géneros. Mientras trata de explicar lo más recóndito del alma humana desde la liberación del subconsciente. Los personajes de Ali Smith sienten, son libres sin ataduras, no como los de las pseudo novelas eróticas donde se muestra un oscuro deseo patriarcal ejercido con poder desde el macho hacia la frágil hembra que no decide sino que asiente y consiente los deseos viriles. Falsa liberación, neoesclavitud potenciada además por las redes sociales que confunden continuamente liberación y sumisión. 

El futuro será leído en las parpadeantes luces de neón de una nnarrativa ultraposmoderna de la dudosa eternidad, o se habrá conseguido alcanzar la distopía de Farenheit 451.

 El escritor futuro será quizá el que incinere sus propias obras, el concepto no me seduce, pero vistos los términos de corrección política alcanzados, es bastante probable que el hecho de la escritura creativa se convierta ya solo en un acto enmadejador: tejer y destejer, como la labor de Penélope mientras llega el héroe definitivo a destruirlo todo. 
¿Quién escribirá el acta de defunción de la literatura futura? ¿Se habrá escrito ya? O quizá ya esté ardiendo en los montones mal apilados de las inciertas editoriales. 

Escribir, de hecho, era prender el lenguaje, cómo ha cambiado todo. 

 j. fabrellas

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