Sobre Música de hielo de Manuel Lombardo Duro
Notas para una
lectura filosófica en Música de hielo
de Manuel Lombardo Duro.
En primer lugar, Manuel Lombardo
Duro no es un filósofo. Carece de un sistema totalizador en el que se den
respuesta a una serie de cuestiones surgidas por un planteamiento ético,
político, económico o social.
Sin embargo, la huella que ha
dejado en Lombardo toda la filosofía leída desde su juventud, deja una marca
indeleble en sus escritos que pueden traslucirse en una lectura atenta.
La poesía de Lombardo es la
cristalización autónoma de una máxima que queda esencializada en una estética,
comprometida con la preocupación ética ante el embate de la sociedad. Ya hemos
hablado de que el ejercicio de la poesía en Lombardo, tiene un doble juego
paradójico, sobre el que se construye todo su edificio lírico.
Para Lombardo es más importante
la enunciación del pensamiento, que el verso en sí, sin embargo, se ajusta ese
pensamiento al planteamiento fragmentario que se halla en el verso convencional;
por tanto, nos encontramos con una enunciación que adopta solo la forma del
verso, pero que, en realidad, no es poesía strictu
sensu, puesto que las premisas epistemológicas de Lombardo son problematizadoras
como la filosofía, y no buscan la belleza en sí misma, aunque la alcance, en la
pulida belleza de su extraño verso, en diferentes ocasiones. La raíz paradójica
de la obra de Lombardo afirma:
«Los mejores poemas
nunca permiten
ser escritos ni leídos,
permanecen silentes,
a la sombra maldita
de la nada rebelde
haciéndole la autopsia ».
La poesía entonces, debe
permanecer silente en la conciencia lírica
de Lombardo, y su escritura final, es el fracaso del idioma, de la poesía, ya
que esta habita en toda forma artística previamente a la escritura, como en la
pintura o la música, dos de los grandes condicionantes previos de la poesía de
Lombardo Duro, donde la verdad de su belleza se hace eterna, y continuamente
contemplada, cuando la obra es importante. De ahí la comunión con lo infinito
de la obra de arte. La poesía, según Lombardo, pierde su vigencia en el momento
de ser escrita, en el instante en que se hace palabra, por ello, Lombardo, debe
volver a escribir de nuevo, para explicar aquello para lo que no encuentra
solución, y su poesía adquiera el nivel de problematizadora.
Delimita su discurso lírico la
ignorancia inicial de la que surge, ese caos que, hemos de recordar, usa en
sentido griego, opuesto al término cosmos: orden. Usa el lenguaje humano como humus lingüístico, o koiné forzada, formando un dialecto
peculiar donde pensamiento, palabra y estética, se funden, dando lugar a la
magnética obra de Lombardo, construida esta sobre fogonazos cegadores de
clarividencia.
Cada intento del poeta es un
abandono de ese caos, de ese desorden terminológico, que acaba ajustándose a
una nueva figuración lingüística, para alcanzar el orden estructural frente a la
barbarie ágrafa. De nuevo, su poesía, es el último intento frente al vacío que
se acompaña del enorme ruido ensordecedor.
«[…]como una explosión demorada
milenios tras milenios
por el estruendo de la nada.»
El vacío, la nada absoluta, son metáforas del caos que el poeta trata de
expresar mediante el logos:
«No sé quién soy
ni que alma tengo.
Más temprano o más tarde
tendré que devolver
el relámpago incandescente
que me abrasa por dentro.
La nada
luminosa que me habita
Y me lleva al vacío más absurdo.»
Por tanto, el poeta se encuentra en un
mundo a oscuras donde la luz ilumina momentáneamente y vislumbra la verdad, que
nombra, enuncia y surge, como un oráculo, porque tiene un componente oracular
su poesía, un atisbo de revelación, como en Nietzsche, que metaforizó todas sus
enseñanzas, en la figura del profeta Zaratustra.
Sustentados en el conocimiento
puro que alberga la palabra revelada del poeta, que, como un animal submarino,
dirige su mirada a la oscuridad, desde la que es capaz de elucidar ciertas
construcciones, para revelar la profundidad absoluta, (lecciones del abismo),
en la que Lombardo habita.
«Para filosofar
o pretender
escribir poesía
o generar belleza
es necesario antes
descender al viejo caos
y sentirse cómodo en él»
Por lo tanto, leemos que, para
Lombardo, se trata del mismo ejercicio de índole filosófico-estético: hacer
poesía es pensar, escribir versos es
la forma que adopta su pensamiento, ya hemos dicho, un pensamiento no
sistematizado, que no ha llegado a alcanzar el sistema completo, totalizador,
ante un impulso externo que espolea su nacimiento.
Sin embargo, la raíz sí es común en
buena medida. En este caso concreto, se habla de la posibilidad de un
pensamiento lingüístico, sensible para una nueva sintaxis que no distorsione la realidad, por ello, hallamos
tan pocas figuras de entendimiento en su lírica. Y sí numerosos neologismos que
tratan de explicar una nueva realidad. La poesía de Lombardo busca soluciones a
problemas que no han sido enunciados aún.
Lombardo practica un descenso al caos primigenio, como los presocráticos,
caos en el que la palabra es orden, organización, sistema. Eso lo sabían muy
bien los griegos, que comienzan a poner orden en el caos magmático del
pensamiento, mediante el hilo gramático, sobre el que se va construyendo el
edificio del lenguaje, para, una vez consolidado, se pueda asentar las bases de
una teoría filosófica, que es, en buena medida, una filosofía del lenguaje.
Frente a la voluptuosidad de los dioses, la rectitud del lenguaje organizado.
Esto no es algo nuevo, ya hicieron lo
propio los gramáticos indios, desde Panini, (siglo IV antes de Cristo), que
infuyó en los gramáticos griegos, Panini, o el pensador del silencio: muni.
Confluencia entre teología y filosofía, oración y poema que debía enunciarse de
manera perfecta, para conectar la conciencia del creyente con la divinidad
etérea.
Después, esta preocupación pasaría a
los griegos, que enunciarían esa teoría (tecné gramatiké), siendo conscientes
de que no podía haber pensamiento sin una estructura previa, hasta fructificar
en el “Cratilo”, (360 a. C.) donde el susodicho, Sócrates y Hermógenes, hablan
sobre el significado de las palabras y el origen de los étimos.
Teoría de la enunciación y de lo
contenido en lo que se pronuncia en la palabra, recogida también en el kototama japonés: las cosas están
incluidas en los nombres, las contienen.
Preocupación que se podrá observar
igualmente en Aristóteles.
Sin embargo, Lombardo, utiliza su
poética para recrear un mundo con nuevas significaciones, de ahí la cantidad de
neologismos que se pueden encontrar en sus obras, porque el lenguaje se queda
corto de significaciones, y por ello, debe ascender su poesía hasta los límites
del pensamiento, pero con otro aspecto más certero.
Confluencia de índole místico en la
poesía lombardiana, puesto que el lenguaje se queda corto, tras el buceo en el
interior del ser, en la celda ontológica donde nace la poesía y el pensamiento,
en ese camino, la palabra es la luz; la sintaxis debe simplificarse para
enunciar lo pensado, la actividad teleológica se proyecta en los inciertos
límites de lo escrito.
La verdad es “nombrar la nada” para
Lombardo, salir de las “cárceles del alma” en donde se encuentra la conciencia.
Ese baile continuo de las ideas:
«Se trata de intuir
aquel sustantivo esencial
ejercer la imaginación
sin hilos ni ataduras,
fracturar la tiranía del ritmo,
hacer bailar a las palabras
en absoluta libertad.»
Ese baile es el producido por el
vaivén de caos. La danza es la pulcritud del movimiento donde se celebra el
paso a lo escrito. Lo escrito se hace verbo, palabra sagrada que enuncia la
teogonía lombardiana que ha desacralizado el mundo, y lo destruye en cada
poema, ese es el baile de los malditos, su poesía, un movimiento fecundo de
desplazamiento centrífugo, un aleph
que no halla su centro y cuya circunferencia no existe. Sustitución demiúrgica,
sucedáneo divino. Orden y caos. Voluptuosidad y corrección, lenguaje o
barbarie.
El mundo es, reductio ad absurdum, un lugar incomprensible, fuera de los límites
existenciales y ontológicos del poema lombardiano, el cual no ha llegado a
comprender la explicación a la mezquindad universal, a la maldad, al mal en sí
mismo y que habita la naturaleza contradictoria del ser humano. Su explicación
fracasa y sucede la parábola:
«Yo mismo soy
la prueba irrefutable
y la inequívoca señal
de que la nada tiene
sentido del humor».
No es un caso apartado, ciertos
filósofos enunciaron su filosofía sobre el verso, casos como el de María
Zambrano, Nietzsche, o escritores como Borges, que encuentran en el verso, el
anclaje conceptual para el desarrollo del símbolo que después usarían en su
propuesta narrativa.
Algo parecido al caso lombardiano, le
sucedió a Emile Cioran, cuya filosofía lírica bordea los límites del aforismo,
de la máxima, buscando desesperadamente el origen de la angustia del hombre.
«Nada, no me ha ayudado nada. Y si no
hubiese tenido a mi alcance el largo del Concierto para dos
violines de Bach, ¿cuántas veces no habría terminado? A él le debo el
ser todavía. En la dolorosa e inmensa gravedad que me balanceaba fuera del
mundo, del cielo, de los sentidos, de los pensamientos, todos los consuelos
bajaban hacia mí y, como por encanto, volvía a ser, ebrio de agradecimiento. ¿A
qué? A todo y a nada. Porque en ese largo hay una ternura por
la nada, allí el estremecimiento alcanza su perfección dentro de la perfección
de la nada.»
Emile Cioran en Breviario de los vencidos.
La poesía es un enfrentamiento contra
la nada, llena, de alguna forma, el vacío del poeta, mediante la palabra firma
el correlato frente a la desesperación.
Se encuentran asimismo ecos de Marco
Aurelio, de la filosofía estoica y senequista, de aceptación de la barbarie
frente a lo inopinado del destino:
[…] «pulverizar el cadáver
que llevas adosado a tu sonrisa.»
O ese nihilismo radical, según Camus,
que practicó Nietzsche en su poesía bajo el nombre del príncipe Vogelfrei
(proscrito):
«¡De tu boca,
oh, tu, salivoso tiempo brujo
gotean lentamente las horas!
Tan en vano que mi tedio grita
“¡Malditas, malditas sean
las fauces de lo eterno!”
Nietzsche en La gaya ciencia.
O la influencia fatalista de un
Benjamin preclaro en Dirección única:
«Lenguaje
incomprensible de la calavera: la inexpresividad total – la negrura de las
cuencas – unida a la más salvaje de las expresiones – la sonrisa sarcástica de
la dentadura.»
Otra influencia capital es la de René
Daumal:
BASTA CON UNA PALABRA
Nombra si puedes tu sombra, tu
miedo
y muéstrale el contorno de su
testa,
el contorno de tu mundo y si
puedes
pronuncia la palabra de las
catástrofes,
si osas romper este silencio
tejido de risas mudas, —si osas
sin cómplices romper la bola,
desgarrar la trama,
solo, solo, y plantar ahí tus
ojos
y venir ciego cerca de la noche,
venir cerca de tu muerte que no
te ve,
solo si osas romper la noche
pavimentada de pupilas muertas
solo si osas venir sin cómplices
desnudo cerca de la madre de los
muertos—
en el corazón de su corazón tu
pupila reposa—
escúchala llamarte: mi niño,
escúchala llamarte por tu nombre.
La poesía es una lección
invisible que debe ser revelada por el poeta:
«Si tú ves lo invisible,
es hora de escribir,
contemplar el silencio.
El camino más corto
para llegar al cielo
es el infierno
y una canción de amor
desconocida.»
Ver lo invisible, ese es el
terrible misterio, en una época en que todo es visible, cuantificable, cierto,
demostrable. Lombardo nos habla de lo que ni siquiera se puede demostrar, pero
su lenguaje calibra y asegura. Una forma de pensar periclitada por el
intransigente mundo picado por el veneno de la posmodernidad, pero que no
esconde sino oportunidades de enriquecimiento para unos cuentos que otros
muchos siguen ciegos, para demostrar los renglones torcidos de una felicidad
espuria.
Comienza esa poética cósmica por
la declaración de intenciones más inusual, declarar que “no estoy aquí”, cuando
todo el mundo, mediante las redes y las infinitas plataformas solo demuestran precisamente
eso, la certidumbre ontológica del ser en un momento y un espacio. La
existencia de Lombardo entra en conflicto existencial con la presencia de sus
congéneres que demuestran, cada tanto, su marca de estancia, que permiten su
rastreo metódico por una tecnología bendecida, y ante la cual, nadie parece
entrar en desacuerdo. Todos obedecen, lo que a él le permite enunciar su
primera declaración de intenciones:
«Vivo aquí,
pero no estoy,
no estoy casi nunca.
Vivo muy lejos.
No estoy
ni siquiera para mí,
no estoy para nadie.»
Al igual que la física cuántica
ha debido iventar un mundo en que todas sus teorías no sean refutables, un
mundo de partículas elementales que se muevan y tiemblen, supuestamente, en un
plano infinito que es un campo gravitacional que tiembla y permite que esas
partículas compongan el universo de otra forma a como nosotros lo habíamos
pensado hace siglos, con los físicos comparte esa misma manera de inventar
otros mundos con otras leyes gravitacionales. La física cuántica hecha para
explicar lo infinito, así como el poeta inventa mediante el lenguaje otras
dimensiones en las que explicar este mundo deconstruido continuamente.
Lombardo ha venido aquí a hablar
de ellos, de lo que no existe, de lo que no se dice, de lo que no ha sido
siquiera sospechado, ya que nadie se ha encargado de ello. Esa es su función,
nada menos, la de nombrar e vacío, la nada, porque como afirma Wittgenstein:
«De lo que no se puede hablar
mejor es callarse».
«Ten valor, sé valiente,
no acumules jamás
pena ni miedo.
Sin esperanza ni temor,
nunca verás la muerte,
ni ella tampoco te verá.
Cuando la muerte llega
es que ya ha pasado.»
J.Fabrellas
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