APUNTES SOBRE LA MÉTRICA Y EL SILENCIO EN MANUEL LOMBARDO DURO
A pesar de que su lírica no
reconoce ninguna métrica, algo que no es del todo cierto, el mismo autor afirma
que nunca le han interesado esas formalidades del metro. Sí es cierto que se
produce una música muy poderosa que concita en su poesía la precisión del verso
medido, pero sin la mordaza de su son ni de los pies métricos o de las sílabas
contadas que obligan al poeta a bailar con los pies atados.
No se reconoce patrón lírico determinado, pero
sí se puede adivinar una preferencia por el verso corto. Son extraños los versos
largos en su obra. Viene esto delimitado por el fogonazo creativo que se vierte
en una línea simple, y como sabemos, una
sintaxis desvestida de una retórica exagerada.
Una oración simple que permite
desarrollar la reflexión, la idea o el hallazgo de estirpe imaginativo a que
Lombardo nos tiene acostumbrados en su obra. Por lo tanto, sí podemos decir en
este breve apunte sobre su “métrica”, que el verso tiende al arte menor, entre
otras muestras de arte mayor, desde el desusado eneasílabo, hasta el tridecasílabo o el endecasílabo, en este
volumen se encuentran versos muy bellos, como:
«Me acerco sin piedad a la belleza», verso endecasílabo a maiori.
O:
«estremecido por todo y por nada»,
También en :
«de género, de número, de especie», que sin lugar a dudas, no se pueden improvisar.
Todo ello perfectamente
acentuado, según el canon tradicional castellano, fruto quizá de las numerosas
lecturas que nuestro autor ha realizado.
Lo que está claro es que estos versos no nacen
de la nada, su elaboración conlleva una maduración, en especial, considero que
no puede ser cuestión de suerte el hecho de que sus versos se encuentren
acentuados como marca la Poética histórica.
Son producto de su imaginación
reflexiva y de su naturaleza oratoria. Parece estar comunicando un mensaje
hablado, aunque se trate de un mensaje complejo, tamizado por las diferentes
capas que atraviesa desde la caverna fantasmática de la imaginación poética,
atravesando los velos reveladores mientras encarna la preocupación de
transmitir el pensamiento mediante el lenguaje, arropándolo de las palabras
adecuadas, sopesando lo que sobra para que la balanza no se decante más ni por
el lenguaje ni por el pensamiento.
Por ello, quizá Lombardo así se haya
desvestido de toda influencia métrica y de la dictadura sonora que puede hacer
que un poema fracase antes de nacer, por hacer conciliar música y reflexión. No
por falta de habilidad poética, ni de conocimiento de la tradición lírica
española, como se ha demostrado en esos magníficos endecasílabos, sino más
bien, alcanzo a ver, por no querer crear otras líneas de tensión que no sean
las de la lectura, la creación y la reflexión líricas.
Otra forma de insurrección
poética, porque no olvidemos que Lombardo comienza su insubordinación en el
propio discurso poético, y una de las formas más radicales es intentar otro
discurso métrico. La manera de separarse de ese academicismo que imperaba en
España desde la generación del 50, y que continúa, en cierta forma, en muchos
autores que aún no conciben separar métrica y mensaje.
Formalismo y estética se van a encontrar en el
poema hegemónico del discurso oficial que puede verse desde los poco ortodoxos
autores de 27, (Larrea, Garfias, Alberti), hasta Miguel Hernández, o, gran
parte de la poesía arraigada de la larga posguerra española, que vieron en la
métrica, la continuidad formal de una antigua grandeza imperial desde los
autores áuricos, hasta autores que fueron al exilio, desde Antonio Machado
hasta Juan Ramón, que impusieron un canon estético de altísima calidad, pero
que desfiguraron, a la postre, otra forma de hacer poesía. Me refiero con ello,
a la poesía libre, a una poesía no medida, que sin lugar a dudas, ha sido una
minoría en la larga lista de títulos que abarca el siglo XX, continuando con
autores como Gil de Biedma o Carlos Barral, porque tuvo que ser ya al final de
la democracia, donde aparecen autores con una clara intención disruptiva, en
cuanto a la métrica se refiere, desde la influencia surrealista de Miguel Labordeta,
a nombres como Agustín Delgado o
José-Miguel Ullán, que intentan abrir la poesía a otro procedimiento que no se
valiese de la rigidez métrica para ser un artefacto crítico con el sistema
establecido.
Autores como Joan Brossa, Fernando
Millán, Ferrer Lerín, o el propio Lombardo Duro, que intentan desasistir a la
poesía de todos sus mecanismos poéticos para superar el discurso impuesto desde
la tradición.
Así las cosas, de esa línea de
tensión creada en el poema lombardiano, una de las características de su
poética es el uso del canto, de orden arcaico, por arkhé, cercano al origen, ya
que busca la simbiosis entre música y su correlato reflexivo.
Nos conduce su verso a un lugar
que supera la significación tradicional de la palabra, cuyo orden explicativo
sustituye todo el plano de visión de la pieza, así como el arte realista
europeo en pintura, una vez dominada la técnica mimética y descriptiva que fue
ocupando los siglos anteriores al XX, fructificando en la Ilustración,
preparaba el lienzo para la próxima abstracción vanguardista, primando el color
al dibujo o el trazo a la línea. Así su poesía, tiende a envolvernos de tal
manera, que la experiencia lectora sea un factor de sustitución de la realidad
por ese no-lugar que persigue la obra de nuestro poeta, cuyas implicaciones
estéticas, problemas y respuestas se hallen en ella misma, lingüísticas,
discursivas, éticas, independiente del ruido sistemático de una sociedad que no
ha sabido darse la réplica, toda vez que los sistemas de representación han
sido intervenidos y sustituidos por el ordo oeconomicus, en detrimento de una mal planteada libertad cibernética que convierte al hombre en un resorte de amplificación del brillo tecnológico, pero sin que participen en él.
Así, las piezas de Lombardo
invitan a la cercanía por esa extraña
música no oída, pocas veces planteada, ahí reside su originalidad expresiva, su
morfología discursiva de trazo corto; realismo posvanguardista que plantea la
herida del hombre en la sociedad posindustrial, que ya carece ya de discursos
coherentes y representativos, como viene pasando en buena parte de los últimos
doscientos años, desde el último Romanticismo que clamaba libertad frente a los
incipientes embates de un industrialismo mecanicista, donde el arte ya solo
tenía una influencia liminal, y de la que en buena medida, Lombardo es heredero,
por esa actitud heterodoxa.
Si bien, la métrica tradicional,
no compone uno de los intereses descriptivos de la poética de Lombardo, a pesar
de hallarse en su estructura, como hemos visto, de manera decisiva, ya que es
usada de forma que configure un único canto que conduce desde la ideia poiética de las
circunvoluciones estructurales del cerebro, hasta formalizarse en palabra, y
esta, en música. Clave fundamental que
solo se activa dentro de la lectura y cuyo diapasón alude a la vez, adentro y
afuera del poema, al sónar recóndito de una oscuridad que ya ha recorrido el
poeta previamente y que nos traduce, como Hölderlin, para defender la búsqueda
del hombre en la oscuridad de un mundo que se oscurece.
No olvidemos, según G. Agamben ,
que el poeta contemporáneo «debe tener la mirada fija en su tiempo […] para
percibir, no sus luces, sino su oscuridad, [el poeta], es aquel que está en
condiciones de escribir humedeciendo su pluma en la tiniebla del presente. […]
La oscuridad no es un concepto privativo, la simple ausencia de luz, […]
implica una actividad y una habilidad particulares».
Eso es lo que se propone Lombardo
en sus textos, rescatar de la luz lo que ha visto para ayudar al hombre al
tránsito inseguro por la vida.
Otra característica exterior de orden
organizativo de Lombardo en general, y de un profundo significado es la
disposición espacial de los versos, dispuestos de tal forma para señalar los
silencios y las pausas, que, como en una partitura musical, deben respetarse
celosamente, porque así lo dispone el autor.
No es algo banal, sino una
herramienta más para la comprensión total del poema, que como una caja musical,
hace sonar todas sus sonoridades fonéticas y expresivas, pero también, los
impulsos silenciosos desde donde Lombardo, cuya obra surge paradójicamente de
la alteración del estado natural del silencio, hace crecer el poema de forma
orgánica en un caos interpretativo que deja como rastro la vacuidad de su
palabra y la efímera permanencia del poema.
Reflexión y silencio que, en
pocas ocasiones, son tan significativas, y se encuentran en la obra
lombardiana, que es consciente de que el poema está compuesto de sonido y de
pausa, porque esa es otra verdad, distinta a la métrica, que se obtiene
mediante la interpretación latente de la estructura total de la obra de
Lombardo, como vemos, no hay detalle dejado a la improvisación:
«Tallar un poema inmóvil // fuera del tiempo y
del espacio // mientras la muerte asciende», de la colección de Contracanto,
[1995].
Aquí, como en otras muchas
ocasiones, el poema se separa en tres versos, pero esos versos están separados
por una doble pausa que debe hacernos leer el poema como una profunda
invitación al silencio, para que solo la pausa revele el significado único de
esta pieza.
Desmembración de un yo, señala Molina
Damiani, que diferencia entre el yo real, el yo lírico y el poema, como futo
escindido «contra la insolidaria razón económica que se ha adueñado de todos los
poderes».
La obra de Lombardo surge de la desmembración
de la “poética racionalista […] que fermenta los límites herméticos de su
erosión verbal, […] en un misticismo donde el verbo desinstrumentaliza las
palabras, arrasa el lenguaje, […] el lugar de ese canto que no significa sino
que se manifiesta».
Nada es improvisado, su obra surge de la preocupación filosófica, fruto de la
reflexión, producto del canto, desde la insubordinada rebeldía de un poeta que
transita los límites del silencio desde los bordes significativos de la
Palabra.
Poesía , música, silencio.
Joaquín Fabrellas
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