El primer libro de relatos de Joaquín Fabrellas.
Césped seco (2021) representa
una novedad en el conjunto de la literatura publicada hasta la fecha por
Joaquín Fabrellas (Jaén, 1975). A él le debemos una serie de libros de poemas —Estertor
en las piedras (2003), Oficio de silencio (2003), Animal de humo (2005),
No hay nada que huya (2014), República del aire (2015) y Metal
(2017)—, amén de Clara incertidumbre (2017), una plaquette; todo
ello precede a la novela El imposible lenguaje de la noche (2020). Césped
seco supone la primera incursión de Fabrellas en el terreno del libro o la
colección de relatos.
Ahora bien, dicha novedad no
conlleva un alejamiento de determinados rasgos que se aprecian en el total de
la obra del escritor. Uno de ellos diría que es el interés por el lenguaje, que
enlaza con el desempeño de Fabrellas como crítico literario y profesor de Lengua
Castellana y Literatura. En sus poemas este elemento cobra gran importancia,
como en su reciente novela —antes mencionada—, y en Césped seco sigue
explicitándose como un problema central. Ello se plasma en la expresión, que en
este texto varía muy visiblemente de unos segmentos a otros. Así, pongo por
caso, se consigue manejar con solvencia un registro lingüístico más técnico —ocurre
en «Las cuerdas» (pp. 132-135)— con otro que se revela más cotidiano —de
muestra sirve «Aeropuertos» (pp. 15-20)—. Con lo anterior figuran una «Carta
que dirige Sancho a su Alteza Real, don Felipe III, rey de las Españas, monarca
del mundo y del Orbe conocido» (pp. 43-48), donde se busca reproducir los
hábitos lingüísticos de otra época, o un segmento, «En una sola oración estaba
solo» (pp. 136-138), que, a modo de ejercicio estilístico, recoge una oración
que, surgida de una compleja elaboración sintáctica, se extiende a lo largo de
varias páginas. Tampoco puede descuidarse el interés por profundizar en la mente
de los personajes, que se traduce en monólogos por los cuales discurren sus
pensamientos —así en «Diario de un bróker» (pp. 38-40)—; igualmente, se acude
al diálogo —por ejemplo, en «Viaje en auto» (pp. 95-98)—. Merece mención,
asimismo, una elocuente entrevista realizada a un J. F., la cual se integra como
un constituyente más en Césped seco, con la consiguiente modulación lingüística
que todo ello requiere desde la perspectiva creadora.
Esta heterogeneidad se produce
también en la articulación del texto, que congrega, según ha quedado esbozado,
materiales de diverso tipo. Los segmentos que se presentan como de diario se
entreveran con otros que hacen hincapié en aspectos geográficos o pictóricos,
sucediéndose pasajes más narrativos con otros más reflexivos. En consecuencia,
no extraña que, en alguna entrevista —lo he escuchado en esta: <https://cadenaser.com/audio/1644223545_386752/>
[13/2/2022]—, Fabrellas haya comparado esta obra con una poliantea. Funciona Césped
seco como un artefacto literario que congrega una enorme diversidad, lo
cual permite apreciar la capacidad del escritor para desenvolverse con
contenidos y formas distintos. A propósito de los misceláneos componentes,
sirven para orientarse por ellos los siete apartados por los que se distribuyen:
«Principios básicos de supervivencia» (pp. 13-40), «Philologica scientia» (pp.
41-66), «Geografía fingida» (pp. 67-79), «Arquitectura onírica» (pp. 81-98), «Farmacopea»
(pp. 99-122), «Forzamientos léxico-somáticos» (pp. 123-155) e «Inlírica» (pp.
157-181). A su vez, no faltan las ilustraciones que acompañan al texto de Césped
seco.
El carácter de poliantea del
volumen se refuerza cuando este se observa en relación con los conocimientos que
recoge y que ponen de relieve el bagaje de lecturas de Fabrellas. Las notas alrededor
de un cuadro de Hopper resultan en este sentido paradigmáticas —se leen en
«Pintando luz eléctrica. Sobre Room in New York, Edward Hopper, 1931» (pp.
83-87)— y casan con la conexión de Césped seco con manifestaciones
discursivas no solo textuales o pictóricas. Cabe destacar que su título procede
de una canción de Los Enemigos o que, poco antes de finalizar el libro, se muestra
una lista con la música que se ha escuchado durante su escritura. La incidencia
de la música se hace muy notable en El imposible lenguaje de la noche y
en el conjunto de la obra poética del escritor, con lo cual no sorprende su
relevancia aquí. En efecto, se dan cita en el texto numerosas referencias
culturales y se aprecian importantes influencias (Salvador Elizondo, David
Foster Wallace, etc.), unas más explícitas que otras.
Sin embargo, los modelos no impiden
el logro de un resultado original, que toma de cada uno lo necesario, y que se
encuadra con coherencia en una producción literaria, como es la de Joaquín
Fabrellas, en la que percibo una organicidad en torno a la cual sigue
creciendo.
Pedro Mármol Ávila
Docente investigador de la
Universidad Autónoma.
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