Pero, ¿quién Borges, el axolotl?


                                            Ajolote albino

 

Ante la consabida pregunta que todo escritor en ciernes se hace a sí mismo ante la desesperación de la lenta musa, cuando intenta escribir un relato, una novela, cualquier texto, ¿pero cómo es Borges tan bueno?, la consabida respuesta de: ¿pero, quién es Borges, el axolotl?

A quién le importa, pero claro, eso ya lo dice alguien experimentado y cuya relevancia narrativa le es indiferente. Lo que hicieron Kafka, Joyce o Borges es irrelevante para el lector moderno.

¿Qué hubiera pasado si no hubiesen nacido Borges, Kafka o Joyce? Pues absolutamente nada. La literatura incurre en numerosas ocasiones en el mismo axioma que la buena poesía o que una excelente partida de ajedrez, la mejor jugada, verso, o cuento, no se ha realizado aún.

Como todos sabemos, la literatura surge cuando se dan las condiciones necesarias para ello, no digan eso de que se deberían haber inventado ciertos autores, eso tan manido y de tan corto vuelo, ya que, cuando decimos eso, es que es poca la experiencia lectora que tenemos, ya que existen diferentes tradiciones literarias y existen siempre autores de referencia a los que no leeremos nunca, es cuestión de traducir lo insólito.

No obstante, este texto no tiene que ver con todo lo anterior, sino en demostrar la continuidad y la contigüidad del genio literario. Kafka y Borges son casi adyacentes, no se preocupen si no existen ya, si no pueden llegar a su excelencia, puede ser que algo se les acerque y puedan continuar su legado, y no pasaría nada.

Walser y Musil, un poco antes Proust, y el conde de Lautreamont, y Aira y Piglia, y Kafka y Borges, son el  mismo, todos bebieron de la misma tradición, como Flaubert y Tolstoi y Clarín, no se apuren, todos los escritores son muchos escritores a la vez y el mismo, y no importaron los lenguajes, porque son el mismo.

Los autores aniquilaron al lector que llevaban dentro, casi todos los genios literarios han matado a todos sus posibles lectores internos, me refiero con ello a la insurgente fuerza que hace acabar con la lectura del libro de una vez y te lleva a abrir el ordenador y ponerte a escribir el final de tal relato. Todos empezamos a escribir así, porque queríamos ser el otro, el que dicta, porque quisimos alguna vez acabar el libro de otra forma, cerrar un libro es transformarlo. El escritor es un lector que acaba de leer siempre, o para siempre, y eso te transforma en escritor, la muerte del lector se consuma, se transforma el lenguaje, y ahora la visión es otra, diferente, desde dentro, como sucede en el relato de El axolotl de Cortázar, en el que, mediante la contemplación de este extraño animal en un zoológico de París, un ciudadano anónimo acaba convirtiéndose en un axolotl él mismo, encerrado en un estanque viendo cómo alguien le mira, un animal que parece estar siempre en un estado larvario, sin apenas moverse, a medio camino entre su desaforada vida quieta y lo que contempla afuera, me refiero con esto al escritor, no al axolotl, que no sabe nada de la vida.

La literatura es la misma, pero la visión de lo contemplado, no. Se transforma lo que vemos, pasando a ser el objeto contemplado. Digamos, que el que contempla el animal es el lector, y el axolotl en el estanque es el escritor.

Así, las visiones cervantinas son lo mismo. Nunca antes un personaje se ha fusionado tanto con el escritor que le dio vida, Miguel de Cervantes y Alonso Quijano, don Quijote, comparten una misma visión de la vida y la literatura. Al igual que  Cervantes se desdobla entre quien tiene que trabajar y lidiar para conseguir ser lo que es por sus actos. Cervantes tiene que desdoblarse en ese lector último para escribir la que sería la definitiva novela de caballerías, y su personaje sería, al igual que él, el encargado de transformar toda esa serie de mezquindades que contempla en el mundo: la falta de idealismo que convierten a este mundo en un enorme ensayo de la maldad humana, la burla hacia los desfavorecidos, la crueldad, la pobreza. Ambos luchan contras esas desigualdades. Al igual que don Quijote alterna entre la realidad y la visión, Cervantes tiene también que luchar contra las múltiples dificultades que le acompañaron toda su vida: héroe nacional en Lepanto, y al poco, cautivo en Argel, recaudador de impuestos y detenido por ser  acusado de robo; don Quijote, mientras tanto, se sueña caballero andante, y esa misma noche, guardando las armas en una maloliente fonda de camino, todos se burlan del caballero insomne cuyo escudero es, además, un labriego, algo en contra de cualquier norma de caballería, que precisaba el origen noble del escudero. Don Quijote pertenecía a la nobleza por los pelos, de haber vivido en una ciudad, hubiese sido ese escudero pobre que tanta pena da en el Lazarillo de Tormes.

Toda novela alberga una alta dosis de autobiografía, y ahí está la vida de Cervantes narrada en clave metafórica. Un hidalgo en el borde de la sociedad estamental que no es capaz de ver su propia decadencia, que no es capaz de entender que es el último caballero, como Cervantes, que no es capaz de darse cuenta,  en el límite de una sociedad que no sabe dar el paso desde la antigua sociedad estamental a la nueva sociedad mecánica en donde la sangre ya no es tan relevante como el talento del nuevo ciudadano. Mientras don Quijote invocaba a un pasado dorado en donde todo estaba en su sitio, Cervantes clama al futuro para que una persona como él pudiese tener cabida.

Murió casi pobre. Convencido de que no fue un gran poeta y cuya obra más querida, incomprendida, pasó sin pena ni gloria: La Galatea.

Laberintos transparentes.

 

Leo y releo relatos alternos, uno de Piglia en el que recuerda los diarios de Kafka, donde nos dice que el checo escribe La condena del tirón en una noche, qué le hizo a Kafka escribir este relato, cuáles fueron las condiciones por las cuales debió escribir este texto, no lo sé, pero ahora mismo yo escribo esto en la noche para emular las condiciones bajo las cuáles surgieron los grandes relatos de la historia, quién sabe.

Kafka dice que esa historia se la debe a Felice, que ella la hizo surgir  mientras a él se le dormían las piernas. Esa fuerza que impele a quedarse sentado, asistimos a la muerte del lector Kafka que se transforma en el nacimiento del escritor de La condena, qué había leído, qué final quiso él reescribir, tal vez el final de la larga noche praguense, y relatar el inicio de una nueva literatura y el advenimiento de los largos cuchillos que no llegó a conocer por suerte, pero nada hubiese pasado si no lo hubiera escrito porque vendría Broch a hablar de todo ello descarnadamente, o Primo Lévi, en definitiva, los textos se escriben muchas veces hasta que los leemos a la muerte del lector.

Se me empiezan a dormir las piernas pero siento que el lector real se está muriendo y compruebo cómo la ventana se abre y sé que se va abrir aunque no lo parezca, toda literatura es el movimiento sistemático de un péndulo, nada más, nadie es tan absolutamente necesario en este acotado canon de autores imborrables e incompatibles.

Por su parte Borges, habla de la necesidad de la creación de una lotería universal que nos haga poseedores de todas las riquezas, pero también de todas las miserias, y dueños de todas las enfermedades y las muertes posibles. Levantarnos una mañana en un palacio, y por la noche agonizar en la cama comprobando que todo el oro del mundo no nos salvará de la muerte.

Compruebo con placer que el escrito de Borges y el de la acusación indebida de Josef K. son el mismo relato, es más, el autor es el mismo, la focalización autorial es la misma, y los personajes, si no son los mismos, se aproximan bastante, sea en Babilonia o en una ciudad indefinida.

Lectores transformados en escritores. El lector se mueve, al escritor le duelen las piernas mientras escribe. No se mueve, es una larva, el axolotl.

Ambos escriben lo que no leyeron.

Virgilio quiso destruir La Eneida. Quién hubiese acompañado a Dante en su Comedia.

Cervantes por su parte dejó de leer, decidió pasar a la acción; por desgracia, cada día hay menos personas inteligentes que se saben solo lectores, algunos no podemos evitarlo y decidimos dar el salto, la metempsícosis, nada salvaremos, pero las almas transmigran, esto no lo saben los lectores.

Ser escritor es cambiar el espejo, meterte dentro, comprobar desde el otro lado que nos hemos convertido en axolotl, hay lectores que no se dan cuenta, pero ya digo, por desgracia, cada vez son más los que toman el camino de la acción, en esa anábasis a ningún lugar, porque absolutamente ningún escritor sabe nunca, por muy malo que sea, que va a llegar a la cumbre de la fama literaria, eso no lo construyen los escritores ni los lectores, esa supuesta excelencia la construyen tal vez los agentes literarios o los editores sin escrúpulos.

Por ello, no debemos preocuparnos por la excelencia literaria, ellos escribieron para sí mismos, Kafka le dijo a Brod que nunca publicase sus diarios, Borges no fue un gran poeta, ni Cervantes, todos se sabían frágiles; miraba Borges con frecuencia a De Quincey, lo consideraba un autor excelente, la fina ironía inglesa siempre sentó muy bien a Borges, y hoy nadie lee a Thomas de Quincey. Cervantes envidiaba a Lope y entendía que Amadís de Gaula era la mejor novela de caballerías jamás escrita, y nadie sabe quién es hoy Garci Rodríguez de Montalvo.

Quevedo dijo siempre que quería ser Heráclito y apenas hoy, excepto unos esquilmados defensores de lo clásico apenas lo recuerdan.

Vila Matas quería acabar con el lector, yo defiendo la necesidad de acabar con el escritor, que en el fondo es el mismo, solo que se da cuenta de su muerte, de su insignificancia lectora cuya actividad cada día más amenazada, le infunde ánimos para continuar en esa deliciosa ensoñación de lo irreal contado.

Matemos a nuestro escritor interior, no escribamos más nunca, cultivemos la belleza de lo no escrito. El mejor poema, recuérdenlo, está aún por escribirse.



Joaquín Fabrellas

 

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