La carcunda

Jesús Tíscar

Marli Brosgen.

Madrid. 2021.

500 pp.



Esta propuesta narrativa de Tíscar vuelve para afianzarnos en la sospecha de la técnica lingüística de un escritor único, que ha hecho de la aliteración, de la repetición sintáctica una de sus marcas literarias. Porque Jesús Tíscar posee suficientes marcas literarias como para hablar largo y tendido sobre su estilo, pero no es el lugar para hacerlo.

Otro de sus leitmotivs sería la incorrección política con que resuelve gran parte de las situaciones que componen la trama de sus novelas. La valentía narrativa que aplica a sus obras. Su voluntad de novelista le lleva a alcanzar el compromiso, (raro, extraño hoy en día), de la obra propia, intocada por las manos del editor. 

Otra de sus herramientas personales es la absoluta confianza en la palabra, su significado, y las capacidades formativas, eso que los cursis llaman morfología, porque es esa diferencia morfológica lo que crea el particular ritmo en su obra, los sufijos despectivos que conforman el idiolecto tiscariano. Algo que aunque a él no le guste, lo acerca a la labor de poeta.

El escritor que no sepa crear los suyos estará destinado a repetirse a sí mismo.

Cuando compruebo como, en las grandes editoriales, los editores meten sus cláusulas configurativas sobre determinados temas de la actualidad, véanse los casos del terrorismo de ETA en los últimos años, o  las tramas de un dudoso pasado colonial español, casi filofranquista, en la narrativa actual, o, temas obligados por las grandes editoriales sobre la igualdad sexual, o la negación de la existencia de razas, capacidades o afectos sexuales, en donde todo es de color de rosa, o de una ramplona filosofía de la felicidad absoluta de baratillo.

En Tíscar no aparecen esas evanescencias que nada tienen que ver con el nuevo estilo literario, o con la literatura. En las novelas de Tíscar hay: putas, negros, moros, mujeres malas, retrasados, gente mezquina, incestos, malos e hijos de puta, porque ya aquí el autor se acerca a su especialidad: mostrarnos todas las deficiencias de la especie humana, y no hay buenos o malos, tan solo convivimos con nuestra pesada carga personal, y esa interacción de nuestro muestrario de bajeces componen el fresco de la actualidad de las novelas del autor. 

Esas manchas que huelen y ensucian nuestra conciencia, se expanden en la representación literaria de los personajes y dan lugar a la lucha, la agonía de los protagonistas: los primeros luchadores de sus pasiones. Nadie se salva, y en eso me recuerda a diferentes momentos de la literatura más alta, cómo no, en un primer momento, el muestreo del dramatis personae de La carcunda, refleja la influencia de La colmena. La cantidad de personajes que se pasean, la necesidad de describirlos. 

También recuerdan estas páginas a las ciudades inventadas, a esos no lugares de la literatura hispanoamericana y que ha tenido una fructífera relación con la literatura universal, Región de Benet, Santamaría de Onetti, el manido Macondo de García Márquez, o la insigne República de Tierra Firme de Santos Banderas de Valle Inclán.

Sin embargo, esta carcunda población es el trasunto de Jaén, ciudad natal del autor, que a él le sirve de primera mano para relatar de memoria las calles, los bares, los actos que ocurrieron en torno al 15 M en las plazas de toda España, y que a Tíscar le ayuda para armar toda la trama representativa de su novela.

Es Jaén aunque no la nombra, la esconde, pero no en sus barrios, todo recuerda a algo que parece que es, pero no sabemos si es, y ese juego metaliterario, le aporta un valor añadido al conjunto total de la obra. La concreta,  hace precisa la historia, aunque pueda tratarse de cualquier otra ciudad de provincias, Granada, Murcia, Albacete. Cervantifica la existencia de la ciudad, la pone en duda.

Digo esto porque no es banal que las cuatro últimas narraciones de Tíscar hayan tenido lugar en este mismo espacio, si bien sublimado por la literatura, pero Tíscar ha creado un no lugar con el reverso de un lugar concreto, y eso, es complicado hacerlo sin que se vean demasiado las costuras, las filias o las fobias de un autor por un locus, y más concretamente su ciudad de origen. Ficcionar un sitio que conoces tan bien, darle un valor literario es harto difícil. 

Tíscar psicoanaliza a los personajes, al incestuoso Deunoro, al Sinadentros, a Torices, a la gitana apalizada, a los Asesinos del Condestable Iranzo, a la tosca marabunta del 15 M, a los ciudadanos que pasan, a las sectas religiosas, y además, lo hace con una solidez propia del diván, porque el escritor sienta en su regazo a cada uno de ellos y les saca las palabras, los freudifica sin pasión, atendiendo a los más bajos instintos que se descubren en la sustitución novelesca del relato.

La ciudad no existe en la novela de La carcunda, la sustituye y la hace más grande, la metaforiza convirtiéndola en algo suprarreal, pero más pecaminosa, más aceitosa, difícil de escapar de ella. 

Si echamos la vista atrás, La poetisa, la puesta de largo de un Tíscar más joven, pero igualmente certero en su resolución discursiva, sucedía en Jóliva (ese otro Jaén), y nos enseñaba las mas bajas pasiones de una poetisa insufrible y narcisista, comedora de virgos de jovencitas desarrapadas. El acercamiento a la coprofagia en Memorias de un gusano también sucedía en esta tierra de paso, el protagonista era vecino de todos estos de la plaza del 15 M. Diario inusitado sublimaba dos conceptos muy interesantes al mismo tiempo y en el mismo relato, por una parte, a un autor enamoriscado, y , por otra, a una ciudad que Tíscar tan bien conoce aunque ya no viva en ella. Porque, no nos equivoquemos, todas las ciudades son las mismas ciudades, y eso lo sabe el escritor.

Así con La carcunda, se cierra, por ahora, una tetralogía sobre ese no lugar en el que todos habitamos con la conciencia de estar viviendo en este fresco de las bajas pasiones humanas, de la decadencia pintoresca, de lo extremo del que Tíscar es su escritor.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog