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Grafo Pez 

Francisco Ferrer Lerín.

Libros de la Resistencia.

Madrid. 2020



El retorno del que nunca se marchó

Esta obra significa la vuelta de un Ferrer Lerín,(Barcelona, 1942), que había cerrado su trilogía lírica anterior, compuesta por Fámulo, 2009; Hiela sangre 2013, y Libro de la confusión, 2019; un ciclo, donde, las preocupaciones existenciales sobre el fin y la muerte, planean sobre los textos que, de nuevo, en este caso, están montados con forma de experiencias textuales estructurados sobre otros textos previos, sobre personajes célebres del pasado, que suponen un hito en la formación sentimental leriniana, o, incluso, abriendo el texto a la reformulación estética de la fotografía, explicada aquí entre el recuerdo y la perentoria necesidad de comprensión de la enfermedad y, por ende, de la muerte, que acaba, además, con la anulación del deseo: «Fue el día en que recibí la noticia. Eva tenía cáncer. Fulminante. Le invadía el seno derecho, el más esplendoroso, el que yo prefería[…]».

También encontramos referencias ya rastreadas en anteriores libros, pero aquí late la profunda preocupación metafísica de la desaparición del ser, del tránsito de lo vivo a lo ignoto: «[…]reposaré dormido quizá / en la provincia más angosta, cobijado / en la ruina palmeada […] un dormitorio de tierra / una cocina de espanto / un gran embudo de sangre. ///

Pero también alberga otros lugares este Grafo Pez, título que entraña, por sí, una confusión teórica con la que Lerín trata de deslocalizarnos, pues alude el nombre a la teoría matemática de los grafos, mientras que, en el interior, describe figuras maravillosas que siempre espolearon la feral imaginación de nuestro autor: «El número cromático de grafo pez es 3. Es decir, que es posible colorear los vértices tal que dos vértices conectados por una arista tengan siempre colores diferentes.» Este texto representa, además, la indisciplina estilística y genérica, en general, de nuestro autor, que no duda en asistir a la prosa, y, en este caso, a una prosa veteada de términos científicos.

Y, por último, a pesar de que se pueden señalar otros factores de la poliédrica cosmovisión leriniana, se intuye aquí, la preocupación permanente del lenguaje y de la palabra como creadora del poema. Esta es una de las características de Lerín, la palabra, con una sagaz ordenación sintagmática, es la que le da resolución a esa cristalografía única en el calibre de este libro.

«La Palabra que servía para nombrar los peces del lago / a todas las especies de peces / a los frutos de los árboles del restaño / a las aves de las charcas del estero / a los sacerdotes y los chacineros[…]», donde puede verse la confusión polisémica de la palabra pez en este libro, así como los grupos sintácticos sobre los que vertebra su obra entera, además de la ya conocida repetición aliterativa.

Transita así el camino de la heterodoxia que es donde su obra se ha instalado hace mucho tiempo, habiendo salido de la tradición castellana, al no seguir el canon simbólico-métrico.

«Un poema es el espacio en el que el aire queda atrapado / en el que se conserva el habla de las aves».


Joaquín Fabrellas

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